Últims intents dels Mistoua de recuperar Djerba. Malgrat una escaramussa en contra l'estratègia de Muntaner aconseguirà la victòria i l'allunyament a terra ferma (previ alliberament) dels partidaris del clan Mistoua. La pau retorna a l'illa, però el perill continua amb les tropes enemigues estacionades a terra ferma.
CCLIII
Y un día el citado Alef dio a entender a las gentes de Mistoua que iba a conseguir ayuda, y salió de la isla y fue ante Salim Bemargam, y ante Jacob ben Àcia, y ante otros alarbes, y les explicó que si venían a la isla de Gerba, nos podrían capturar a todos; de forma que acudieron ante la isla ocho mil hombres de a caballo. Y yo tenía dos leños armados y cuatro barcas, de las que eran capitanes En Ramón Godà y En Berenguer Despuig, cómites, a los que yo les había encargado la custodia del paso (1018). Y cuando los alarbes llegaron al estrecho, dijeron:
- Alefs, cuando podremos entrar en la isla?
Y él les respondió que en cuanto nos hubiera vencido, podrían entrar. ¿Qué os diré? Que tenía catorce barcas, y aquella noche, al amanecer, atacó entre las filas cristianas, y los cristianos quedaron tan sorprendidos que empezaron a huir: y así los cristianos desguarnecieron el estrecho. Y entonces dijo a Selim Bemargam y a los otros que empezasen a entrar en la isla; y ellos dijeron que antes querían ver qué hacía yo, cuando me enterara, ya que si pasaban el estrecho y yo les cortaba el paso, estarían perdidos, por las pocas provisiones que tenían; de forma que no quisieron entrar en la isla aquel día.
Y enseguida llegaron los nuestros al castillo, derrotados; y yo acudí, y tanto me irritó, que a punto estuve de colgar a aquellos cómites. Y enseguida encomendé el castillo a misser Simón de Vallguarnera, y lo puse en mi lugar; y embarqué en uno de los leños, que era de ochenta remos, y conduje el resto de los leños conmigo, y dos barcas armadas; y aquel mismo día me presenté en el estrecho. Y al día siguiente Selim Bemargam y los otros dijeron a Alef:
-¿Qué nos hubiera ocurrido si llegamos a pasar? Nos hubieras conducido al cautiverio.
Y dijo Alef:
- Y si yo os alejo otra vez a esta gente del estrecho, ¿entraríais?
Y ellos le respondieron que sí, que seguro. Así que armó veintiuna barcas, y vino contra nosotros. Y yo dispuse todas las barcas detrás de mi leño; y así cuando llegaron y estuvieron cerca, ataqué entre ellos de tal forma que eché a pique a siete de sus barcas, y me arrojé sobre ellas; y empezamos a atacar contra ellas, acá y acullá, con los otros leños, que enseguida se pusieron también a atacar. ¿Qué os diré? Que de veintiuna barca que eran, no escaparon más de cuatro, en las que huyó el mencionado Alef, a la isla; y allí se encontraba su compañía, contemplándonos, y los alarbes en la tierra firme. Y no se atrevió a huir entre los alarbes, ya que éstos lo hubieran despedazado. Y aquel día matamos a más de doscientos moros, y capturamos diecisiete barcas.
Y desde aquel momento en adelante tuvimos ganada la guerra, ya que todos se tuvieron por muertos; y habíamos ganado el paso del estrecho, y desde aquel momento ya nadie podía entrar ni salir sin mi consentimiento. Y Selim Bemargam, y Jacob ben Àcia y los otros en cuanto hubieron visto esto, dieron gracias a Dios de no haber pasado a la isla. Y me enviaron a un hombre a nado para que, si me placía, fuese a parlamentar con ellos a tierra firme, a salvo y seguro, y si no, que ellos embarcarían en un leño y acudirían a mi presencia. Y yo fui a donde ellos, y desembarqué, y me rindieron muchos honores, y me entregaron muchas joyas suyas, y luego me rogaron que dejase libres a cien hombres de a caballo que habían ido con N'Alef a la isla, y que eran parientes y vasallos de Selim Bemargam, y a otros tantos de Jacob ben Àcia. Y yo me hice mucho de rogar, aunque sabe Dios que hubiera dado cinco mil onzas para que ya se encontrasen lejos. De modo que, al final, se lo otorgué, con semblante apenado; y lo hice valer como si hubiera sido un gran regalo, de forma que les dije que los trasladaría con mis barcas, y que quería protegerlos personalmente; y que me diesen dos caballeros, y Jacob ben Àcia otros dos, que los conociesen, y que se guardasen de no sacar más que a los suyos. Y ellos me dieron muchas gracias por todo. Y más tarde, en cuanto fue concedido esto, acudieron otros jefes de entre ellos, y me solicitaban, quién veinte, quién diez; y yo no quería conceder nada, y todos caían a mis pies, con más ansias de besarme la mano, que si fuese su mismo rey que regresase a su tierra de nuevo. Y como antes, finalmente a todos se lo otorgué. ¿Qué os diré? Que todos los capitanes me prometieron que nunca, bajo ningún motivo, vendrían contra mí, ni ellos ni sus gentes. Y así me lo prometieron, y me entregaron cartas; y me prometieron y me juraron ayudarme con todo su poder contra cualquier ejército del mundo. Y sobre estos asuntos, tanto Selim Bemargam, como Jacob ben Àcia, y Abdal·là ben Debeb, y Ben Bàrquet y los otros jefes, me prestaron juramento y homenaje. ¿Qué os diré? Que cuando esto acabó y fue firmado, todos los cuatrocientos hombres de a caballo que estaban de parte de Mistoua, con N'Alef, salieron de la isla ante mi presencia.
NOTAS
- Alefs, cuando podremos entrar en la isla?
Y él les respondió que en cuanto nos hubiera vencido, podrían entrar. ¿Qué os diré? Que tenía catorce barcas, y aquella noche, al amanecer, atacó entre las filas cristianas, y los cristianos quedaron tan sorprendidos que empezaron a huir: y así los cristianos desguarnecieron el estrecho. Y entonces dijo a Selim Bemargam y a los otros que empezasen a entrar en la isla; y ellos dijeron que antes querían ver qué hacía yo, cuando me enterara, ya que si pasaban el estrecho y yo les cortaba el paso, estarían perdidos, por las pocas provisiones que tenían; de forma que no quisieron entrar en la isla aquel día.
Y enseguida llegaron los nuestros al castillo, derrotados; y yo acudí, y tanto me irritó, que a punto estuve de colgar a aquellos cómites. Y enseguida encomendé el castillo a misser Simón de Vallguarnera, y lo puse en mi lugar; y embarqué en uno de los leños, que era de ochenta remos, y conduje el resto de los leños conmigo, y dos barcas armadas; y aquel mismo día me presenté en el estrecho. Y al día siguiente Selim Bemargam y los otros dijeron a Alef:
-¿Qué nos hubiera ocurrido si llegamos a pasar? Nos hubieras conducido al cautiverio.
Y dijo Alef:
- Y si yo os alejo otra vez a esta gente del estrecho, ¿entraríais?
Y ellos le respondieron que sí, que seguro. Así que armó veintiuna barcas, y vino contra nosotros. Y yo dispuse todas las barcas detrás de mi leño; y así cuando llegaron y estuvieron cerca, ataqué entre ellos de tal forma que eché a pique a siete de sus barcas, y me arrojé sobre ellas; y empezamos a atacar contra ellas, acá y acullá, con los otros leños, que enseguida se pusieron también a atacar. ¿Qué os diré? Que de veintiuna barca que eran, no escaparon más de cuatro, en las que huyó el mencionado Alef, a la isla; y allí se encontraba su compañía, contemplándonos, y los alarbes en la tierra firme. Y no se atrevió a huir entre los alarbes, ya que éstos lo hubieran despedazado. Y aquel día matamos a más de doscientos moros, y capturamos diecisiete barcas.
Y desde aquel momento en adelante tuvimos ganada la guerra, ya que todos se tuvieron por muertos; y habíamos ganado el paso del estrecho, y desde aquel momento ya nadie podía entrar ni salir sin mi consentimiento. Y Selim Bemargam, y Jacob ben Àcia y los otros en cuanto hubieron visto esto, dieron gracias a Dios de no haber pasado a la isla. Y me enviaron a un hombre a nado para que, si me placía, fuese a parlamentar con ellos a tierra firme, a salvo y seguro, y si no, que ellos embarcarían en un leño y acudirían a mi presencia. Y yo fui a donde ellos, y desembarqué, y me rindieron muchos honores, y me entregaron muchas joyas suyas, y luego me rogaron que dejase libres a cien hombres de a caballo que habían ido con N'Alef a la isla, y que eran parientes y vasallos de Selim Bemargam, y a otros tantos de Jacob ben Àcia. Y yo me hice mucho de rogar, aunque sabe Dios que hubiera dado cinco mil onzas para que ya se encontrasen lejos. De modo que, al final, se lo otorgué, con semblante apenado; y lo hice valer como si hubiera sido un gran regalo, de forma que les dije que los trasladaría con mis barcas, y que quería protegerlos personalmente; y que me diesen dos caballeros, y Jacob ben Àcia otros dos, que los conociesen, y que se guardasen de no sacar más que a los suyos. Y ellos me dieron muchas gracias por todo. Y más tarde, en cuanto fue concedido esto, acudieron otros jefes de entre ellos, y me solicitaban, quién veinte, quién diez; y yo no quería conceder nada, y todos caían a mis pies, con más ansias de besarme la mano, que si fuese su mismo rey que regresase a su tierra de nuevo. Y como antes, finalmente a todos se lo otorgué. ¿Qué os diré? Que todos los capitanes me prometieron que nunca, bajo ningún motivo, vendrían contra mí, ni ellos ni sus gentes. Y así me lo prometieron, y me entregaron cartas; y me prometieron y me juraron ayudarme con todo su poder contra cualquier ejército del mundo. Y sobre estos asuntos, tanto Selim Bemargam, como Jacob ben Àcia, y Abdal·là ben Debeb, y Ben Bàrquet y los otros jefes, me prestaron juramento y homenaje. ¿Qué os diré? Que cuando esto acabó y fue firmado, todos los cuatrocientos hombres de a caballo que estaban de parte de Mistoua, con N'Alef, salieron de la isla ante mi presencia.
NOTAS
1018. Se trata de la población de El Kantara (El puente), en la isla de Jerba, frente a tierra firme.
1 comentari:
Un fuerte abrazo, Julio, y muchas gracias por seguir compartiendo con las estas extraordinarias crónicas de Muntaner.
Sahha y feliz semana.
Daniel.
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