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1 Libro = 1 Euro ~ Save The Children

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Charles Darwin quotation

Ignorance more frequently begets confidence than does knowledge: it is those who know little, and not those who know much, who so positively assert that this or that problem will never be solved by science

Jean-Baptiste Colbert quotation

L'art de l'imposition consiste à plumer l'oie pour obtenir le plus possible de plumes avec le moins possible de cris

Somebody quotation

El miedo es la via perfecta hacia el lado oscuro. El miedo lleva a Windows, Windows a la desesperacion, esta al odio hacia Bill Gates y ese odio lleva a LINUX

Vares Velles

Vares Velles
Al Tall

Això és Espanya (vara seguidilla) per Al Tall

divendres, 11 de juliol del 2008

Los brujos del Recodo de Pung. Frederick Pohl (III)

3

Ahora tengo que referirles algo que no es tan agradable. Está relacionado con una muchacha llamada Marlene Groshawk. Decididamente, preferiría no tener que hablar de ello, ni explicar nada; pero forma parte de la historia de nuestro país y así habré de mencionarla. Sin embargo...

Bien, esto es lo que sucedió. Sí, desde luego, está, así mismo, registrado en un libro: De visita, por Uno Que Sabe. (Y todos sabemos quién es “Uno Que Sabe”, ¿no es verdad?)

Ella no era una mala muchacha. No, en absoluto. O, dicho de otra manera, no pretendía serlo. Era demasiado bonita para su propio bien y no demasiado inteligente. Lo que más apetecía en esta vida era llegar a ser artista de televisión.

Bien, esto estaba fuera de toda posibilidad, naturalmente. En el Recodo de Pung, en aquellos días, no existían estudios de televisión propiamente dichos. Funcionaba, sí, una estación televisora; pero dotada únicamente de unos pocos programas anticuados, grabados años atrás. Contenían la publicidad de otras épocas, a pesar de que los artículos anunciados hacía mucho tiempo que habían desaparecido por completo del mercado, en especial en el Recodo de Pung. El ídolo de la Televisión de Marlene era una locutora publicitaria llamada Betty Furness. Marlene tenía las paredes de su habitación llenas de fotografías suyas, sacadas de otros tantos fotogramas de la televisión.

En la época de que estoy hablando, Marlene se consideraba a sí misma una taquígrafa pública. La verdad es que no había una gran demanda de sus servicios en calidad de tal. (Posteriormente, después que las cosas tomaron nuevos derroteros, abandonó por completo esa parte de su profesión.) Pero si alguien necesitaba una pequeña ayuda extraordinaria en el Recodo de Pung, tal como escribir una carta o efectuar algunos trabajos de oficina, llamaban siempre a Marlene. Nunca había trabajado para un forastero anteriormente.

Se sintió más bien complacida cuando el empleado de la Posada le habló de ese nuevo señor Coglan que había llegado a la ciudad y que necesitaba de un ayudante para poner en marcha cierto proyecto que se traía entre manos. Ella no tenía ni la más remota idea acerca de en qué consistía este proyecto; pero debo añadir que, aunque lo hubiera sabido, se habría mostrado igualmente dispuesto a ayudar en lo posible. Claro que cualquier aspirante a estrella de televisión hubiera hecho lo mismo.

Se detuvo en el vestíbulo de la Posada de Pung para revisar su maquillaje. Charley Frink la miró con esa clase de mirada que todos conocen, a pesar de no tener nada más que quince años de edad. Ella remedó la acción de sorberse la nariz de un chiquillo mal educado, echó hacia atrás la cabeza y, orgullosamente, ascendió la escalera.

Llamó a la puerta de la habitación 41 –era la habitación nupcial, como ella sabía de sobra- y sonrió atractivamente al hombre alto y de ojos negros chispeantes que acudió a su llamada.

-¿El señor Coglan? Soy la señorita Groshawk, taquígrafa pública. Creo que me ha mandado llamar, señor.

El viejo la miró fijamente durante unos segundos.

-Sí –afirmó por fin-. En efecto. Pase, por favor.

Se volvió de espaldas a ella, y dejó que entrara y se las entendiera ella sola con la puerta.

Coglan estaba muy atareado. Tenía el receptor-transmisor televisivo extendido en piezas por todo el suelo de la habitación.

Estaba intentando ajustarlo de una u otra forma, pensó la muchacha. Y resultaba extraño, meditó con la irresponsable mentalidad de su juventud. A pesar de que Marlene no era lo que se puede denominar inteligente, sabía que el hombre no era un técnico en reparaciones de televisores, ni nada que se le pareciera. Lo había leído en la tarjeta de presentación para el Banco y el señor LaFarge se había encargado de divulgar por toda la ciudad el contenido de la misma. En ella se aseguraba que el señor Coglan era consejero para la investigación y el desarrollo.

Cualquiera que fuera el significado de una profesión de nombre tan largo...

Marlene era una muchacha consciente, y sabía que una buena taquígrafa pública debe hacer que su corazón se interese por la profesión y trabajos de todo aquel que la emplee, aunque sea temporalmente.

-¿Hay algo que marcha mal, señor Coglan? –preguntó.

Él alzó la cabeza y la miró irritado:

-No consigo coger Danbury con este aparato.

-¿Danbury, Connecticut? ¿En el exterior? No, señor. No es posible coger emisoras exteriores.

Él se enderezó y la miró con fijeza:

-¿Que no es posible localizar Danbury? –movió la cabeza, pensativo. Este receptor de televisión de cuarenta y ocho pulgadas y veintisiete tubos para los canales de color, con amplificadores de banda UHF-VHF de la General Electric, modelo de pared con supresores estáticos, bandas de sonido autocompensadoras, ¿no es capaz de localizar Danbury, en Connecticut?

-Así es, señor.

-Bien –asintió-, esto va a servir para que haya quien se ría a carcajada limpia en una cueva de Schenectady.

Marlene prosiguió diciendo, tratando de ser útil:

-No tiene antena.

Coglan frunció el entrecejo y le corrigió:

-No, eso es imposible. Tiene que tener una antena. Eso tine que ir a parar a alguna parte.

Marlene se encogió de hombros atractivamente.

-Después de la guerra, naturalmente, no era posible localizar Danbury, desde luego –afirmó él-. Estoy de acuerdo. No se puede con todos esos productos fisionables desperdigados por ahí, ¿eh? Pero eso hace ya tiempo que ha pasado a contar escasamente. Deberíamos poder coger Danbury con claridad e intensidad de volumen.

-No, fue después de todo eso –respondió la muchacha-. Yo solía..., bueno, solía salir con un muchacho llamado Timmy Horan, y se dedicaba a esa clase de trabajo. Quiero decir a reparar aparatos de televisión y todo eso. Era realmente bueno, no vaya a creerse. Un par de años después de la guerra, yo era apenas una cría, comenzaron a recibirse, de cuando en cuando, fotogramas aislados en las pantallas. Bien, entones fue cuando crearon una ley, señor Coglan.

-¿Una ley? –su rostro se endureció de repente.

-Bien, creo que eso fue lo que hicieron. De todas las maneras, Timmy tuvo que dedicarse a desmontar todas las antenas de televisión. Sí, eso fue lo que tuvo que hacer. Y una vez recogidas todas, las guardaron junto con las grabaciones para retransmitir en diferido, o algo así.

Ella pareció pensarlo durante unos minutos:

-Pero no creo que nunca me llegara a decir por qué lo hacía –terminó diciendo.

-Yo sé muy bien la causa –repuso él, secamente.

-Así, pues, ahora solo emiten música, señor Coglan. Pero si hay algo que usted desee especialmente, el empleado de la posada se lo puede conseguir. Tienen montones de grabaciones archivadas. Dinah Shores, Jackie Gleasons y programas médicos... si es eso lo que le interesa. ¡Ah!, y también montones de seriales y películas del Oeste. Puede pedirle lo que desee, se lo aseguro.

-Comprendo –Coglan permaneció silencioso durante unos segundos, pensando. No para que ella le oyera, sino para sí mismo, dijo:

“No me sorprende que nos cueste tanto penetrar aquí. Bien, veremos lo que puede hacerse acerca de esto.”

-¿Decía algo, señor Coglan?

-¡Oh!, no, nada de importancia, señorita Groshawk. He visto la imagen hace un rato y puedo asegurarle que no era muy agradable de ver, palabra.

Volvió a su receptor.

No era un técnico en televisores, no, pero sabía algo acerca de lo que estaba haciendo, pueden estar seguros, porque en un momento tuvo montado de nuevo el aparato. Fue algo visto y no visto. Y no para dejarlo como se encontraba anteriormente, no. Algo en él había mejorado. Hasta la misma Marlene pudo darse cuenta de ello. Puede que la palabra mejorado no sea exactamente la más indicada; quizá fuera mejor decir que ahora había algo diferente, en el receptor de televisión, ¡algo diferente que él había hecho para mejorarlo!

-¿Mejor? –preguntó, mirando a la muchacha.

-Perdone, ¿qué quiere usted decir?

-Me interesa saber si la contemplación de la imagen produce algún efecto especial en usted.

-Lo siento de verdad, señor Coglan; pero, sinceramente, no me ocupo demasiado del Estudio Número Uno, señor. Para que me comprenda, me resulta demasiado pesado a la vez que me hace pensar. ¿Sabe a lo que me refiero?

Sin embargo, contempló, obediente, la pantalla del aparato.

Había sincronizado en el indicador de onda correspondiente el programa único que era posible ver en todos los televisores del Recodo de Pung. No creo que sepan cómo lo hacíamos, pero les explicaré que contábamos con una estación central en la cual pasaban una y otra vez el mismo programa transmitido en diferido, para aquellas personas que no se querían molestar en presenciar programas especiales, compuestos, desde luego, por grabaciones. Todo ello eran viejos materiales, naturalmente. Y todo el mundo estaba más que cansado de verlos una y otra vez.

Pero Marlene contempló la pantalla fijamente y, en un momento determinado, comenzó a reír tontamente.

-¡Vaya, señor Coglan! –exclamó, a pesar de que él nada había hecho.

-¿Qué, mejor? –preguntó, rezumando satisfacción.

Tenía todos los motivos para sentirse satisfecho.

-Sin embargo –intercaló él- las primeras cosas en primer lugar. Necesito su ayuda.

-De acuerdo, señor Coglan –respondió sin vacilar la muchacha, con voz sedosa.

-Quiero decir en un asunto de negocios. Necesito emplear a algunas personas. Necesito que usted me ayude a localizarlas y a mantener los registros en orden. Luego necesitaré adquirir algunos materiales. Necesitaré una oficina, acaso unos pocos edificios para la instalación de cierta industria ligera, y puede que algunas cosas más.

-Pero eso costará un montón de dinero, ¿no es verdad, señor Coglan?

Coglan se limitó a reír sardónicamente.

-Bien, señor –manifestó Marlene satisfecha-, pues yo soy su muchacha... Quiero decir en asuntos de negocios, señor Coglan. ¿Le importaría decirme de qué clase de negocio se trata?

-Es mi intención poner al Recodo de Pung otra vez en pie.

-¡Oh, seguro, señor Coglan! –convino la muchacha-. ¿De qué manera, podría decirme?

-Por medio de la publicidad –respondió el viejo, con la sonrisa de un demonio y la voz de un diablo.

Silencio. Se produjo un minuto de silencio.

Marlene interrumpió este silencio diciendo desmayadamente:

-No creo que les haga ni pizca de gracia.

-¿A quien no le va a gustar ni pizca?

-A los mandamases del lugar. A esos no les va a gustar. Quiero decir la publicidad, señor, los anuncios y todo eso. Pero quiero que sepa que yo estoy a su lado. Estoy a favor de la publicidad. Me encanta. Pero...

-¡No es cuestión de que le encante o no le encante! Repuso Coglan con voz de trueno-. ¡Eso es lo que ha hecho a nuestro país grande! Nos lanzó a combatir en la mayor conflagración que han conocido los siglos y cuando esa guerra terminó ha vuelto a ponernos en pie otra vez. ¡En pie y unidos!

-Comprendo lo que quiere decir, señor Coglan. Pero...

-No hay pero que valga. Es una palabra que no deseo oírle más, señorita Groshawk –replicó con indignación-. No hay nada que objetar. Considere lo sucedido en América después de finalizada la contienda, ¿eh? ¡Claro, puede que usted no lo recuerde! Ya se habrán encargado de mantenerla en la ignorancia... Pero todas las ciudades quedaron destruidas. Todos los edificios en ruinas. Pues bien, solo la publicidad ha vuelto a construir unas y otros... ¡La publicidad y la capacidad investigadora! Y voy a recordarle lo que un gran hombre dijo en cierta ocasión: “Nuestra gran tarea en el campo de la investigación consiste en mantener al posible y presunto consumidor razonablemente descontento con lo que ya posee.”

Coglan hizo una pausa, visiblemente emocionado:

-Ese gran hombre fue Charles F. Kettering, de la General Motors –añadió-, y lo más bello de todo es que estas palabras fueron pronunciadas en los años veinte... ¡Imagine! ¡Qué percepción tan clara de lo que la ciencia representa realmente para nosotros! ¡Qué comprensión! ¡Qué capacidad para exponer en unas pocas palabras el verdadero significado de la Inventiva Americana!

Marlene suspiró:

-¡Es maravilloso!

-¡Naturalmente que es maravilloso! –asintió el viejo-. Así, ya ve, no hay nada que sus mandamases pueblerinos, sus caciques obtusos, puedan hacer para detener la marcha del Progreso, les guste o no les guste. Nosotros, americanos -verdaderos americanos-, sabemos bien que sin la publicidad no hay industria; y de acuerdo con esta idea o principio, si usted lo prefiere, hemos diseñado un instrumento que sirve de primera a nuestros intereses. ¡Vaya, mire, mire a esa pantalla!

Marlene obedeció y al cabo de un momento comenzó a reír nuevamente como una tonta.

-¡Señor Coglan! –exclamó picarescamente.

-¿Lo ha visto? ¿Se ha dado cuenta? Y si esto no es suficiente, bien, siempre está la ley. Vamos a ver lo que pueden los caciques del Recodo de Pung... ¡Veremos si se atreven a desafiar al poderío inmenso del Ejército de los Estados Unidos en masa!

-Espero que no sea necesario recurrir al empleo de las armas, señor Coglan.

-Yo también –aseguró el vejete sinceramente-. Y ahora, manos a la obra, ¿eh? O... -consultó el reloj y movió la cabeza dubitativamente-. Después de todo, esta tarde no hay nada que corra prisa. Supongamos que encargo algo para tomar un bocado, los dos aquí, en compañía, ¿eh? Y un buen vino para regarlo. ¿Le parece bien mi idea? Y...

-Naturalmente, señor Coglan...

Marlene se puso en pie para dirigirse al teléfono, pero el señor Coglan la detuvo.

-Pensándolo bien, señorita Groshawk –razonó, comenzando a respirar dificultosamente-, será mejor que encargue yo mismo la comida. Usted siéntese aquí y descanse unos minutos. ¡Ah!, y mire a la pantalla... ¡No deje de mirar a la pantalla!

1 comentari:

Nekane ha dit...

AHi esto esta interesantísimo, me encanta lo de los anuncios de cosas inexitentes,,,,,,,jajajaaja
Ahi que ver!!!!!!!!!!!
Gracias, BESITOS