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1 Libro = 1 Euro ~ Save The Children

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Charles Darwin quotation

Ignorance more frequently begets confidence than does knowledge: it is those who know little, and not those who know much, who so positively assert that this or that problem will never be solved by science

Jean-Baptiste Colbert quotation

L'art de l'imposition consiste à plumer l'oie pour obtenir le plus possible de plumes avec le moins possible de cris

Somebody quotation

El miedo es la via perfecta hacia el lado oscuro. El miedo lleva a Windows, Windows a la desesperacion, esta al odio hacia Bill Gates y ese odio lleva a LINUX

Vares Velles

Vares Velles
Al Tall

Això és Espanya (vara seguidilla) per Al Tall

dissabte, 12 de juliol del 2008

Los brujos del Recodo de Pung. Frederick Pohl (IV)

4


Y ahora he de hablarles de Jack Tighe.

Sí, de veras. Jack Tighe. El Padre de la Segunda República. Siéntense y escuchen, porque lo que tengo que decirles ahora no es exactamente lo que les han enseñado en la escuela.

¿El manzano? No, eso es solo una patraña. Para que comprendan, es algo que jamás pudo haber sucedido, porque los manzanos no crecen en la Avenida Madison, y es allí donde transcurrió la infancia de Jack Tighe... y buena parte de su juventud. Porque Jack Tighe no fue siempre el Presidente de la Segunda República. Durante mucho tiempo fue alguna otra cosa más, ocupó algún puesto importante en la empresa publicitaria Yust y Ruminant.

Eso es lo que he querido decir. Publicidad.

No pongan el grito en el cielo. La cosa es así.

Ahora bien: hacía mucho tiempo que había abandonado el cargo. ¡Oh!, mucho tiempo. Mucho antes, mucho antes de la guerra nuclear. Abandonó el cargo y se retiró a vivir al Recodo de Pung.

Jack Tighe tenía su morada cerca de los terrenos pantanosos de la curva del río Delaware. No era un terreno demasiado saludable, desde luego que no. Todas las tierras altas de las cercanías del Recodo de Pung vertían sus aguas y alcantarillas en esa parte del terreno, y también se vio enormemente afectada por la radiactividad a consecuencia de la gran guerra. Pero esto era algo que no importaba a Jack Tighe, porque era demasiado viejo.

Era casi tan viejo como Coglan, de hecho. Y lo que es más, se conocían mutuamente de otros tiempos. Exactamente de la época en que los dos trabajaban para la misma agencia publicitaria.

Jack Tighe era también un hombre alto, no tanto como Coglan; pero sí pasaba del metro ochenta. Y, en cierto modo, ambos se parecían. Ya han visto su fotografía. Los mismos ojos, la misma mirada, el mismo gesto despreocupado; pensamientos similares, andares parecidos y hasta una forma de hablar harto semejante. Pudo llegar a haber sido un gran hombre en el Recodo de Pung. Le hubieran hecho alcalde en cuanto se lo hubiera propuesto. Pero dijo que había llegado al lugar para retirarse a descansar y eso es lo que pensaba hacer; tendría que suceder un levantamiento o algo realmente extraordinario para que se decidiera a reanudar su vida pública, dijo.

Y lo consiguió.

* * * * * * * * * *


Lo primero fue la cara de Andy Grammis, pálido como un muerto.

-¡Jack! –murmuró, casi sin respiración, en las escalerillas del porche, porque había llegado corriendo a toda prisa desde su tienda.

Jack Tighe bajó lentamente la pierna que apoyaba en la barandilla del porche con toda tranquilidad.

-Siéntate, Andy –dijo amablemente-. Creo que ya sé por lo que vienes a verme.

-¿De veras, Jack?

-Sí, así lo creo –asintió Jack. ¡Oh, era un hombre muy inteligente! Siguió diciendo: La aviación ha lanzado neoscopolamina en los tanques de reserva del agua y un forastero se presenta en un coche cubierto de planchas de plomo. Y todos sabemos lo que sucede en el exterior, ¿no es eso? Sí, tiene que tratarse de eso.

-Es él, de acuerdo –balbució entrecortadamente Andy Grammis, dejándose caer desmayadamente sobre los escalones del porche, con la cara como la cera. ¡De él se trata y nada podemos hacer! Entró en la tienda esta mañana acompañado por esa muchacha, Marlene. Hace tiempo que deberíamos haber tomado alguna medida contra esa chicha, Jack. Yo ya sabía que de ella no podría sobrevenirnos nada bueno...

-¿Qué es lo que quería?

-¿Querer? Jack, traía consigo un librito de notas y un lápiz como si viniera dispuesto a efectuar un gran pedido; comenzó por pedirme... por pedir: “Alimentos indicados para desayunos”, dijo. “¿Qué es lo que tienen que resulte adecuado para desayunar?” Le respondí que harina de avena y copos de maíz. ¡Jack, casi me pega! “Entonces, ¿no tienen Cocosabor Wheets?”, me preguntó. “¿Ni Cacaosabor, Elixosabor, Deliciosabor Weets? ¿Y qué me dice de Guindi-flán, tampoco? ¿Y el Cereal-con-la-sorpresa-del-regalo-en-cada-estuche?” “No, señor”, me vi obligado a responderle.

Se puso como un loco.

-“¿Y patatas?”, me gritó. “¿No me irá usted a decir que no tiene patatas?” Le contesté que tenía la bodega llena de patatas de nueva cosecha. ¡Patatas nuevas! Pero esto tampoco pareció satisfacerle. “¿Quiere decir patatas, patatas?,” aulló. “¿No Pataima-Fluff, ni Tuberinas Mickey o el delicioso Purecito del Tío Everett? ¡Qué atraso!”, me gritó. Y entonces fue y me enseñó su tarjeta, descaradamente.

-Ya sé –respondió, con suavidad, Jack Tighe, comprendiendo lo difícil que le era continuar hablando al otro-. Comprendo. No es preciso que lo digas si es que te cuesta trabajo hacerlo.

-¡Oh, puedo decirlo perfectamente! –respondió bravamente Andy Grammis-. Ese señor Coglan es un agente publici...

-¡NO! –le interrumpió el otro, poniéndose en pie-. No te martirices tú mismo pensando en ello. Ya es bastante grave la cosa de por sí, Andy. Hemos tenido unos pocos años buenos, pero no podíamos esperar que duraran eternamente. Esto había de suceder tarde o temprano.

-Pero ¿qué es lo que vamos a hacer?

-¡Levántate, Andy! –ordenó Jack Tighe con firmeza-. ¡Entra en la casa! Siéntate y descansa un rato. Enviaré a buscar a los otros.

-¿Estás dispuesto a combatirle? ¡Pero si tiene a sus espaldas a todo el ejército de los Estados Unidos!...

El viejo Jack Tighe asintió:

-Eso parece, Andy, eso parece –repuso, pero no pareció desanimarle la idea de la desigual pelea, ya que hasta pareció mostrarse extraordinariamente animoso.

El hogar de Jack Tighe era una especie de rancho, lleno de adornos. Era un gran individualista este Jack Tighe. Todos ustedes saben esto, desde luego, porque se lo han enseñado en la escuela; y puede que algunos hasta conozcan, inclusive, la casa... Pero ahora está todo muy cambiado; nada me importa lo que digan, pero esta es la verdad. El mobiliario ya no es el mismo. Y en cuanto al terreno...

Bien, durante la gran guerra, naturalmente, la lluvia de polvo radiactivo que cayó sobre las colinas mató toda la vegetación, impidiendo que algo creciera en mucho tiempo. Luego fue cuando lo embellecieron todo con árboles, hierba y flores. ¡Flores! Le diré lo que hay equivocado en todo esto. En sus años juveniles, Jack Tighe ejerció el cargo de administrador de la Flora Nacional... ¡Vaya! No sería capaz de tener una flor en su casa, mucho menos plantarlas y cuidarlas personalmente.

Pero era una casa muy agradable, a pesar de todo. Sirvió un trago a Andy Grammis y le obligó a sentarse. Telefoneó a la ciudad invitando a que le visitaran media docena de personajes. No les dijo para qué quería verlos, desde luego; no valía la pena desencadenar el pánico entre ellos.

Pero todo el mundo estaba ya con la mosca detrás de la oreja, como suele decirse. El primero en llegar fue Timmy Horan, el encargado de la estación de Televisión, el cual traía en su bicicleta a Charley Frink. El primero anunció, casi sin respirar:

-Señor Tighe, están interceptando nuestras líneas. No sé cómo se las arreglará, pere ese Coglan está transmitiendo por nuestro canal. ¡Y vaya un programita que televisa, señor Tighe...!

-Lo comprendo –dijo Tighe apaciguadoramente.-. No se preocupe por ello, Timothy. Creo imaginar la clase de programas que televisa.

Se puso en pie tarareando complacido, y conectó el televisor:

-Creo que es buena hora para contemplar el filme seriado de la tarde. Supongo que habrà dejado la emisora en marcha, ¿no?

-¡Naturalmente! Pero lo más seguro es que el programa esté lleno de interferencias.

Tighe asintió:

-¡Bien, veámoslo!

La imagen en la pantalla del televisor fluctuó unos instantes, se retorció en figuras geométricas, paralelas y cuadrados, hasta que, al fin, se detuvo y la imagen del filme televisado apareció, nítida, sobre la pantalla.

-¡Ya recuerdo de qué telefilme se trata! –exclamó Charley Frink-. Es uno de mis favoritos, Timmy.

En la pantalla, el cabo Rusty encañonaba con el revólver a un encapuchado al que desarmaba y colocaba las esposas. La escena parecía corresponder al final del filme cuando, de improviso, surgió entre las sombras un segundo malhechor enmascarado...

Tighe retrocedió unos pasos. Extendió los dedos de una mano, y los movió rápidamente arriba y abajo, delante de sus ojos.

-¡Ah! –exclamó-, sí. Véanlo ustedes mismos, señores.

Andy Grammis imitó el gesto del viejo. Extendió los dedos de la mano y, torpemente al principio los movió delante de los ojos, como protegiendo la visión de los tubos catódicos. Movió los dedos arriba y abajo, haciendo de sus dedos una especie de estroboscopio que detuviera las fluctuaciones del lápiz electrónico.

Y, sí, allí estaba.

Visto sin el estroboscopio, la pantalla mostraba la cara de Charlie Chan cubierta la cabeza con su blanco sombrero panamá. Pero el estroboscopio mostraba algo más. Entre las imágenes consecutivas del viejo filme aparecía otra imagen relampagueando apenas una fracción de segundo, demasiado rápida para que un cerebro consciente aprehendiera la imagen; pero, ¡oh, cómo se grababa en el subconsciente!

Andy se puso como la grana.

-Esa..., esa muchacha- tartamudeó, sorprendido-. No tiene nada puesto sobre... sobre...

-¡Naturalmente que está desnuda! –afirmó, complacido, Tighe-. Compulsión sublimizada, ¿eh? La clásica atracción sexual; no se sabe lo que se está viendo, pero el subconsciente no se pierde detalle. No. Y anota también que la figura femenina desnuda sostiene en su mano un estuche de Elixosabor Wheets...

Charley Frink carraspeó.

-Ahora que habla usted de ello, señor Tighe –manifestó-. Me he dado cuenta, ahora mismo, de que estaba pensando en lo agradable y sabroso que estaría ahora un platito de Elixosabor Wheets.

-¡Claro que sí! –convino de buen grado Jack Tighe. Luego, frunció el entrecejo-. Mujeres desnudas, sí. Pero supongo que el auditorio televidente femenino también tendrá que tener su atractivo estimulante, creo yo.

Permaneció silencioso durante unos minutos, manteniendo a los otros igualmente silenciosos, en tanto que, incansablemente, movía arriba y abajo los dedos de su mano, extendidos delante de sus ojos.

De pronto, fue él quien se ruborizó.

-Bien –dijo amistosamente-, eso era para las televidentes femeninas. Todo consiste en eso. Publicidad sublimizada. Un producto cualquiera y una llave para los impulsos básicos que dominan de siempre a los seres humanos. Y todo ello tan fugazmente entrevisto que el cerebro no puede organizar sus defensas. Así que cuando se piensa en el Elixosabor Wheets, se piensa en el sexo. O, mucho más importante todavía, cuando se piensa en el sexo, uno piensa, inconscientemente, en el Elixosabor Wheets.

-Vaya, señor Tighe. Yo pienso muchísimo en las mujeres.

-¡Todos los hombres lo hacen! –afirmó con tranquilidad Jack Tighe, asintiendo con la cabeza repetidas veces.

Sonaron unos pasos precipitados en el exterior de la casa, y Wilbur Otis LaFarge, del Banco nacional de Shawanganunk, entró casi sin resuello y como espantado.

-¡Lo ha hecho otra vez, otra vez! Ese señor Coglan ha vuelto. ¡Ha vuelto a pedir más dinero, señor Tighe! Dice que proyecta montar unos estudios de televisión aquí, en el Recodo de Pung. Que abrirá una agencia subsidiaria de Yust y Ruminant... sean quienes sean. Asegura que está dispuesto a que este lugar figure nuevamente en el mapa y que necesita dinero para lograrlo.

-¿Y se lo ha dado?

-No he podido evitarlo.

-No, no le ha sido posible –afirmó Jack Tighe-. Aun en mi época no era posible resistirse cuando la agencia de publicidad le cogía a uno bajo su punto de mira y con el dedo en el gatillo del arma, para así decirlo. Neoescopolamina en el agua, para que toda alma viviente en el Recodo de Pung se sienta mejor predispuesta a toda sugerencia publicitaria, menos tercos y cerrados a la campaña como ese Coglan pretende desencadenar entre nosotros. Hasta yo mismo, supongo, podría caer víctima de sus artimañas, a pesar de que no bebo tanta agua como la mayoría. Y, para remate, la publicidad sublimizada por medio de imágenes televisadas o la compulsión subsónica cuando se trata de conversaciones persuasivas de hombre a hombre. Dígame, LaFarge, ¿le pareció oír algún sonido raro? ¿Algo así como un ligero ronroneo gatuno? Me lo imaginaba. Sí. No han dejado de recurrir a ninguno de sus trucos. Bien –terminó, apareciendo, en cierto modo, satisfecho-, no hay otro medio de evitarlo. Tendremos que luchar.

-¿Luchar? –Murmuró Wilbur LaFarge, con tono atemorizado. No era lo que se dice un hombre valiente, desde luego que no, a pesar de que, con el tiempo, llegaría a ser ministro de Hacienda.

-¡Luchar, sí! –pareció estallar Jack Tighe.

Todos se miraron los unos a los otros.

-Somos centenares –añadió Jack Tighe- y él solamente uno. ¡Sí, lucharemos! Destilaremos el agua que utilicemos para beber. Impediremos que el pequeño transmisor de Coglan filtre imágenes en nuestro canal televisivo. Timmy ideará el artefacto electrónico que ahga falta para conseguirlo, como también intentará, por todos los medios, localizar cada uno de los posibles ingenios que pretenda usar; los descubriremos y los destruiremos uno a uno. ¿Los compulsores subsónicos? Vaya, estos tiene que llevarlos consigo. Sencillamente, se los arrebataremos de la forma que sea. Eso, o ya podemos dar por perdida nuestra tradición de hombres libres, heredada de nuestros mayores...

Wilbur LaFarge carraspeó:

-Y entonces...

-Ha hecho muy bien en decir “Y entonces”... –le interrumpió prontamente Jack Tighe-. Y entonces la caballería de los Estados Unidos vendrá a la carga colina abajo, en su rescate. Sí. Pero ya habrán comprendido, señores, que esto significa la guerra. Ni más ni menos.

Así acabaron por comprenderlo, aunque nadie podría decir que ninguno de ellos se sintiera muy feliz con esta perspectiva.

1 comentari:

Nekane ha dit...

Que historias tan buenas nos traes, aunque hoy sea terde, entré a leerte, me está gustando recodo de Pung.
BESITOS