La flota francesa pren Roses, mentre que l'exèrcit francès, coberta la seua reraguarda, amenaça Peralada. Mal pinten les coses per als catalans.
CXXIII
Y en cuanto hubo pasado toda su gente y se hubieron reunido todos en Sant Quirc, movió el ejército, en orden de batalla, como si todos debieran combatir, bien dispuestos y aparejados, y marcharon directamente sobre Peralada, y acamparon entre Garriguella (621) y la Garriga (622), y de la Garriga a Vallgornera (623), y de Vallgornera a Pujamilot (624); y así acamparon todos en aquella hermosa llanura que va de los Aspres (625) a Peralada. Y nunca se pudo contemplar tan bien desde la villa de Peralada la hueste del rey de França, ya que no había ninguna tienda que no se pudiese contemplar desde los muros de Peralada. Y cuando el señor rey los vio así, levantó los ojos al cielo y dijo:
- Ah, señor verdadero Dios! ¿Qué es esto que veo ante mí? No imaginaba que tanta gente se pudiera reunir en un solo día.
Y asimismo vio toda la flota en el golfo de Roses, que era una infinidad. Y entonces el señor rey de Aragó dijo:
Señor verdadero Dios, plázcate no desampararnos, sino más bien que vuestra ayuda venga sobre mí y mis gentes.
Y del mismo modo que el señor rey se maravillaba, así ocurría con todos los que lo veían; que incluso el mismo rey de França y los que con él estaban, se asombraban puesto que nunca habían visto reunida tanta gente como la acampada en aquella llanura. Y en aquel paraje no hay ni un solo árbol, ya que todo son campos de labranza; que así es Peralada: que de una parte hasta la mitad de la villa todo son campos de labranza, y de la otra parte se encuentran los ríos y la huerta que es una maravilla. Y no era asombroso ya que además de los veinte mil caballeros armados a sueldo del rey de França y de la Iglesia, y de los más de doscientos mil hombres de a pie, había otra infinidad de gente de a pie y de a caballo que había acudido para ganar las indulgencias dictadas por el papa, que perdonaban tanto los pecados como sus penas (626).
Y cuando estuvieron todos asentados y acampados y la flota hubo tomado la villa de Roses, enviaron sus provisiones por las casas. El señor rey de Aragó dijo al infante N'Anfòs que tomara quinientos caballeros y gente de a pie, y atacase. Y el señor infante sintió la mayor alegría que le pudieran dar; y llamó al conde de Pallars, y al conde de Urgell, y al vizconde de Cardona, y a En Guillem de Anglerola y al vizconde de Rocabertí, y les dijo que se preparasen, que él quería atacar al amanecer; y todos sintieron un gran placer. Y el señor rey llamó al conde de Empuries, que había acudido ante él, tan pronto como supo que los franceses habían pasado, y al resto de ricoshombre, y les dijo:
- Barones, armémonos y pongámosle la armadura a nuestros caballos, y situémonos en las barreras, para que les podamos prestar nuestra ayuda en caso de necesidad.
- Señor - dijeron el conde y los otros -, bien decís.
Y así, por la mañana, al amanecer, cuando empezaba a clarear, el señor infante, con la caballería que le había sido adjudicada, salió de Peralada, y atacó a un flanco del ejército. Y en el ejército montaban guardia toda la noche mil caballeros armados, los cuales defendían la tropa. Y tan pronto como hubieron atacado, vierais derribar tiendas, y a más de dos mil hombres que con él habían salido, matar gentes, y romper cofres, e incendiar barracas. ¿Qué os diré? Que hubo grandes alaridos, y a los gritos acudieron los mil caballeros de la guardia; y entonces vierais lances de armas de tal modo que en poco tiempo los hombres del infante N'Anfòs, de los mil, habían derribado más de seiscientos, y no hubiera escapado ni uno solo de no ser por el conde de Foix (627), y el conde de Comenge (628), y el conde de Estarac (629), y el senescal de Miralpeix (630), y En Joan de la Illa, y En Roger de Comenge, y toda la caballería del Llengadoc, que llegaron muy gentilmente aparejados y en orden de batalla. Y no creáis que llegaban tal como hacen los nuestros cuando salen a zafarrancho de combate, que nadie espera a nadie; sino que ellos, a su paso, como caballeros experimentados y buenos que eran, en orden de batalla, acudieron contra la señera del señor infante. Y el señor infante, enardecido de buena caballería, quiso espolear con la señera e ir a atacar en medio de ellos, pero el conde de Pallars y los otros no se lo consintieron. ¿Qué os diré? Que inútilmente le aconsejaban que no atacase, hasta que el conde de Pallars lo tomó por el freno y dijo:
- Ah, señor! ¿Qué queréis hacer? No nos hagáis traidores.
Y con buen sentido le hizo dar la vuelta, y se retiraron con toda la compañía.
Y en esto el señor rey había salido de Peralada con el conde de Empuries y el resto de la caballería, para recibir al señor infante. ¿Qué os diré? Ordenadamente entraron dentro de las barreras de Peralada; y el último que entró, con la señera y con la compañía, fue En Dalmau, vizconde de Rocabertí, que era señor de Peralada; y junto a él, En Ramon Folc, vizconde de Cardona, con su señera. Y los dos formaban la retaguardia, y, por la merced de Dios, entraron sanos y salvos y con gran alegría en Peralada, y no habían perdido más que tres caballeros y cinco de a pie, y habían muerto a más de ochocientos caballeros y un sin número de gente de a pie. ¿Qué os diré? Que estos lances se convirtieron en costumbre, y cada día había torneos de caballeros y hombres de a pie, en las cercanías de las barreras, que asombraban a todo el mundo. Y esto duró cinco días, y durante estos cinco días nadie pudo entrar ni salir de Peralada por la huerta; ya que si algún francés o cualquiera de las tropas del rey de França entraba, ya no podía salir, y era muerto o hecho prisionero. Porque la huerta de Peralada es una de las huertas más defendibles del mundo, y no hay nadie que se pueda salvar si los hombres de Peralada no quieren; ya que nadie es capaz de conocer los caminos sino los que han nacido y se han criado en la villa.
Y ahora os contaré una historia asombrosa que es completamente cierta, como podríais comprobar su veracidad si quisierais.
NOTAS
- Ah, señor verdadero Dios! ¿Qué es esto que veo ante mí? No imaginaba que tanta gente se pudiera reunir en un solo día.
Y asimismo vio toda la flota en el golfo de Roses, que era una infinidad. Y entonces el señor rey de Aragó dijo:
Señor verdadero Dios, plázcate no desampararnos, sino más bien que vuestra ayuda venga sobre mí y mis gentes.
Y del mismo modo que el señor rey se maravillaba, así ocurría con todos los que lo veían; que incluso el mismo rey de França y los que con él estaban, se asombraban puesto que nunca habían visto reunida tanta gente como la acampada en aquella llanura. Y en aquel paraje no hay ni un solo árbol, ya que todo son campos de labranza; que así es Peralada: que de una parte hasta la mitad de la villa todo son campos de labranza, y de la otra parte se encuentran los ríos y la huerta que es una maravilla. Y no era asombroso ya que además de los veinte mil caballeros armados a sueldo del rey de França y de la Iglesia, y de los más de doscientos mil hombres de a pie, había otra infinidad de gente de a pie y de a caballo que había acudido para ganar las indulgencias dictadas por el papa, que perdonaban tanto los pecados como sus penas (626).
Y cuando estuvieron todos asentados y acampados y la flota hubo tomado la villa de Roses, enviaron sus provisiones por las casas. El señor rey de Aragó dijo al infante N'Anfòs que tomara quinientos caballeros y gente de a pie, y atacase. Y el señor infante sintió la mayor alegría que le pudieran dar; y llamó al conde de Pallars, y al conde de Urgell, y al vizconde de Cardona, y a En Guillem de Anglerola y al vizconde de Rocabertí, y les dijo que se preparasen, que él quería atacar al amanecer; y todos sintieron un gran placer. Y el señor rey llamó al conde de Empuries, que había acudido ante él, tan pronto como supo que los franceses habían pasado, y al resto de ricoshombre, y les dijo:
- Barones, armémonos y pongámosle la armadura a nuestros caballos, y situémonos en las barreras, para que les podamos prestar nuestra ayuda en caso de necesidad.
- Señor - dijeron el conde y los otros -, bien decís.
Y así, por la mañana, al amanecer, cuando empezaba a clarear, el señor infante, con la caballería que le había sido adjudicada, salió de Peralada, y atacó a un flanco del ejército. Y en el ejército montaban guardia toda la noche mil caballeros armados, los cuales defendían la tropa. Y tan pronto como hubieron atacado, vierais derribar tiendas, y a más de dos mil hombres que con él habían salido, matar gentes, y romper cofres, e incendiar barracas. ¿Qué os diré? Que hubo grandes alaridos, y a los gritos acudieron los mil caballeros de la guardia; y entonces vierais lances de armas de tal modo que en poco tiempo los hombres del infante N'Anfòs, de los mil, habían derribado más de seiscientos, y no hubiera escapado ni uno solo de no ser por el conde de Foix (627), y el conde de Comenge (628), y el conde de Estarac (629), y el senescal de Miralpeix (630), y En Joan de la Illa, y En Roger de Comenge, y toda la caballería del Llengadoc, que llegaron muy gentilmente aparejados y en orden de batalla. Y no creáis que llegaban tal como hacen los nuestros cuando salen a zafarrancho de combate, que nadie espera a nadie; sino que ellos, a su paso, como caballeros experimentados y buenos que eran, en orden de batalla, acudieron contra la señera del señor infante. Y el señor infante, enardecido de buena caballería, quiso espolear con la señera e ir a atacar en medio de ellos, pero el conde de Pallars y los otros no se lo consintieron. ¿Qué os diré? Que inútilmente le aconsejaban que no atacase, hasta que el conde de Pallars lo tomó por el freno y dijo:
- Ah, señor! ¿Qué queréis hacer? No nos hagáis traidores.
Y con buen sentido le hizo dar la vuelta, y se retiraron con toda la compañía.
Y en esto el señor rey había salido de Peralada con el conde de Empuries y el resto de la caballería, para recibir al señor infante. ¿Qué os diré? Ordenadamente entraron dentro de las barreras de Peralada; y el último que entró, con la señera y con la compañía, fue En Dalmau, vizconde de Rocabertí, que era señor de Peralada; y junto a él, En Ramon Folc, vizconde de Cardona, con su señera. Y los dos formaban la retaguardia, y, por la merced de Dios, entraron sanos y salvos y con gran alegría en Peralada, y no habían perdido más que tres caballeros y cinco de a pie, y habían muerto a más de ochocientos caballeros y un sin número de gente de a pie. ¿Qué os diré? Que estos lances se convirtieron en costumbre, y cada día había torneos de caballeros y hombres de a pie, en las cercanías de las barreras, que asombraban a todo el mundo. Y esto duró cinco días, y durante estos cinco días nadie pudo entrar ni salir de Peralada por la huerta; ya que si algún francés o cualquiera de las tropas del rey de França entraba, ya no podía salir, y era muerto o hecho prisionero. Porque la huerta de Peralada es una de las huertas más defendibles del mundo, y no hay nadie que se pueda salvar si los hombres de Peralada no quieren; ya que nadie es capaz de conocer los caminos sino los que han nacido y se han criado en la villa.
Y ahora os contaré una historia asombrosa que es completamente cierta, como podríais comprobar su veracidad si quisierais.
NOTAS
621. Municipio del Alt Empordà. Girona.
622. Pueblo perteneciente al municipio de Vilanova de la Muga en el Alt Empordà. Girona.
623. Pueblo perteneciente al municipio de Vilanova de la Muga en el Alt Empordà. Girona.
624. Topónimo no localizado.
625. Estribaciones litorales de los Pirineos. Aunque actualmente dicho topónimo se aplica más bien a la parte norte de los Pirineos.
626. No sólo perdonaban los pecados, sino también las penas del purgatorio que les correspondían.
627. Se trata de Roger Bernat III de Foix
628. Seguramente se trata de Bernardo VI de Comminges
629. Hay un Bernardo, conde de Estarac que junto con Bernardo conde de Comminges prestó homenaje a Teobaldo II de Navarra en 1265, lo que, dada la situación de dependencia del reino de Navarra respecto al reino de Francia es coherente con esta historia.
630. En francés Mirepoix, al noreste de Foix
1 comentari:
Un abrazo, amigo huerteño.
Sí, por fin salí de la T4. ¡Y con qué pena!
Sahha.
Daniel.
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