El rei En Pere cau en una emboscada francesa. Descripció de la batalla que acaba sent guanyada pels catalans.
Atenció a la descripció d'una de les formes de combatre dels almogàvers: "trencar llances", amb aquesta tècnica escurçaven les seues llances i esventraven els cavalls, fent caure els cavallers que un cop en terra quedaven a mercè dels soldats d'a peu.
Junt amb la narració, Muntaner es permet uns quants consells, com ara que les distraccions en la batalla poden costar la vida. Com deia mon pare "el cabet en la feina"
Atenció a la descripció d'una de les formes de combatre dels almogàvers: "trencar llances", amb aquesta tècnica escurçaven les seues llances i esventraven els cavalls, fent caure els cavallers que un cop en terra quedaven a mercè dels soldats d'a peu.
Junt amb la narració, Muntaner es permet uns quants consells, com ara que les distraccions en la batalla poden costar la vida. Com deia mon pare "el cabet en la feina"
CXXXIV
Y el día de madona santa María de Agosto, yendo hacia Besuldó, cayó, al amanecer, en una emboscada de cuatrocientos caballeros franceses, que se habían escondido porque llegaba caravana con provisiones desde Roses. Y por aquellos lugares, los asaltaban cada vez hombres a caballo y a pie; y por eso se habían ocultado en aquel lugar por la noche, para que no los pudieran asaltar. Y el señor rey iba hablando de lo que veía; que en cada lugar de la frontera sus gentes estaban ricas y acomodadas debido a las muchas incursiones que cada día hacían contra los franceses, y mataban mucha gente, y ganaban un sinfín, y ganaban mucho, así que todos se encontraban alegres y satisfechos. Y de este modo, en un momento en que el señor rey iba confiado, Dios que todo lo hace bien, y quería proteger de la muerte y de la prisión al señor rey, hizo que los almogávares que con él iban, que eran unos doscientos, fueran por las laderas de la montaña, y levantaran dos o tres liebres, y al levantarlas comenzaran a gritar a grandes voces y a jalear. Y el señor rey y los que con él iban, que eran unos sesenta hombres a caballo, enseguida echaron mano a las armas, porque temieron que hubiesen descubierto caballería; y los franceses que se encontraban emboscados, creyeron que los habían descubierto, y salieron inmediatamente de su escondite. Y el rey que los vio, dijo:
- Barones, hagamos lo correcto. Juntémonos a nuestros hombres de a pie, que aquí hay una gran caballería, y vienen a por nosotros. Y empezad todos a batallar, que hoy haremos tal que todo el mundo lo comentará, con la ayuda de nuestro señor Dios Jesucristo.
Y todos respondieron:
- Señor, permitid que subamos a aquella montaña, de modo, señor, que vuestra persona quede a salvo; que no tememos más que por vuestra persona. Y cuando vos estéis allá arriba, veréis lo que somos capaces de hacer.
Dijo el señor rey:
- Dios no puede haber dispuesto nunca, que por su causa nos tengamos que apartar de nuestro camino.
Enseguida los almogávares, aquellos que se encontraban cerca del señor rey, se acercaron, pero no eran más de cien, y al atacar rompieron las lanzas (664). El señor rey espoleó el primero, y atacó con su lanza al primero que encontró, de tal guisa que lo traspaso por mitad del escudo, y ya no necesitó buscar ningún médico; y después echó mano a la espada, y repartió mandobles acá y acullá, y tal hueco hizo, que nadie se atrevía a esperar sus mandobles, en cuanto hubieron sufrido su manera de atacar. Y los que con él iban atacaban del mismo modo, y ningún caballero era capaz de hacer mayores maravillas que ellos. De los almogávares es bueno que os diga que igual hacían ellos con sus medias lanzas, que no quedaba ningún caballo por destripar. Y esto hicieron una vez hubieron gastado todos sus dardos, que no hubo ninguno que con su dardo no matase al menos a un caballero o a un caballo; y luego con las medias lanzas hicieron maravillas.
Y el señor rey estaba unas veces aquí y otras allá, ora a diestra ora a siniestra, y tanto atacó con la espada, que ésta acabó a trozos, y entonces echó mano de la maza, con la que atacaba mejor que cualquier otro caballero del mundo. Y se acercó al conde de Nivers, que era el jefe de aquella compañía y le dio tal mazazo sobre el yelmo, que lo dejó inconsciente en tierra; y enseguida se volvió, y dijo a un buen macero que no se apartaba de él, llamado En Guillemó (665) Escrivà, de Xàtiva, que iba montado a la jineta:
- Guillemó, descabalga y mátalo.
Y aquel echó pie a tierra y lo mató. Y una vez lo hubo matado, para su desgracia, se prendó de la espada del conde, que era muy rica; y mientras se la desceñía, un caballero del conde que había muerto, vio que aquel había matado a su señor, y vino, y le dio tal bordonazo en los hombros, que lo mató. Y el señor rey se volvió, y vio que aquel caballero había muerto a En Guillemó Escrivà, y le dio tal golpe con la maza sobre el casco, que le sacó los sesos por las orejas, y cayó muerto en tierra. Y en aquel lugar, a causa del conde muerto, vierais dar y recibir golpes. Y el señor rey, que vio a su gente en tal confusión, se abalanzó contra los enemigos, e hizo tal hueco, que en aquel ataque mató con su propia maza a más de quince caballeros; y creedme, al que alcanzaba de pleno, no necesitaba más de un golpe.
Y estando en aquella confusión, un caballero francés que vio que el rey les hacía tanto daño, con la espada en la mano vino y le cortó las riendas; y el rey pensó estar perdido. Por lo que ningún caballero debería acudir a batallar sin dos pares de riendas, unas de cadena y otras de cuero; y las de cadena que estuvieran recubiertas de cuero. ¿Qué os diré? Que el señor rey iba descontrolado, ya que el caballo lo llevaba de acá para allá, hasta que cuatro almogávares que se encontraban cerca del señor rey, se acercaron y le ataron las riendas. Y el señor rey se acordaba muy bien del caballero que le había cortado las riendas, y fue a donde se encontraba, y se lo agradeció de tal forma que nunca más pudo pensar en cortar riendas, sino que quedó, como su señor, muerto.
Y entonces, cuando el señor rey hubo retornado al centro de la batalla, vierais atacar y golpear; y había en la compañía del señor, rey ricoshombre y caballeros que nunca habían participado en ninguna batalla, y que no obstante, aquel día hicieron maravillas todos ellos. ¿Qué os diré? Que un caballero joven de Tràpena, llamado En Palmer Abat, al que el señor rey había recibido en Sicília, en su casa, quien no había visto ni participado nunca en ninguna batalla, se comportó de igual modo que lo hubiera hecho Rotlan, si estuviera vivo. Y todo esto ocurría por el gran amor que tenían al señor rey, y por lo que le veían hacer con sus propias manos. Que lo que el rey hacía no era obra de caballero, sino obra propiamente de Dios; que ni Galeàs, ni Tristany, ni Llancelot, ni Galvany, ni Boors, ni Palamides, ni Perceval lo Galois, ni el Cavaller ab la Cota mal Tallada, ni Estor de Mares, ni el Morant de Gaunes (666), ni tan siquiera todos ellos juntos con una compañía tan escasa como la de los pocos caballeros que con el señor rey de Aragón iban, hubieran podido hacer tanto en un día, contra cuatrocientos caballeros tan buenos como los franceses, que eran la flor del rey de França, como hizo el señor rey de Aragó y los que con él iban en aquella ocasión.
¿Qué os diré? Que los franceses se quisieron retirar hacia una loma, pero el señor rey espoleó hacia el que llevaba la señera del conde, y le dio tal mazazo en el yelmo que lo dejó frío y muerto en el acto, y por tierra; y los almogávares inmediatamente arrancaron la señera del asta, a trozos. Y los franceses que vieron la señera de su señor por tierra, hicieron todos una piña, y el señor rey atacó entre ellos con toda su gente. Y los franceses habían tomado un montículo y estaban tan compactos que ni el señor rey ni ninguno de los suyos podía entrar entre ellos, con lo que la batalla duró hasta que llegó la noche. Y no habían quedado más de ochenta caballeros franceses. Y el señor rey dijo:
- Barones, ya es de noche, y nos podríamos herir unos a otros, cuando los atacáramos. Repleguémonos!
Y cuando se hubieron reunido en otro montículo, vigilaron, y vieron venir quinientos caballeros franceses con tres señeras. Y si me preguntáis quiénes eran, os lo diré: eran tres condes parientes del conde de Nivers, que estaban preocupados por su primo quien había salido a montar la emboscada, y era mediodía y todavía no había regresado, que era cuando tenía previsto regresar a la hueste; por lo que ellos, con el permiso del rey de França, habían salido a buscarle. Y vieron a los caballeros en una loma y al rey de Aragón en otra; entonces fueron hacia los suyos que les salieron al encuentro; y escucharon las malas noticias que confirmaban su inquietud; y se acercaron allá donde el conde y otros caudillos, seis de ellos parientes suyos, yacían muertos, y los levantaron con grandes llantos y lamentaciones; y caminaron toda la noche hasta llegar a la hueste. Y cuando llegaron al campamento, vierais tales duelos y llantos que parecía que el cielo se venía abajo. De modo que En Ramon Folc, vizconde de Cardona, que se encontraba en Gerona, envió diez hombres fuera de la ciudad, para conseguir noticias; y capturaron dos hombres de la hueste que trajeron a la ciudad; y cuando En Ramon Folc los vio les preguntó el motivo de tales llantos y lamentaciones, y ellos le contaron lo que había ocurrido y entonces En Ramon Folc hizo hacer gran luminaria por toda la ciudad de Gerona.
Ahora los dejaré estar, y volveré al señor rey de Aragó.
El señor rey de Aragó dijo a los suyos:
- Barones, permanezcamos aquí toda la noche, y mañana al amanecer levantaremos el campo e inspeccionaremos cuanta caballería han perdido, ya que sería gran deshonor para nosotros, abandonar de esta forma el campo.
- Señor - dijeron los que con él estaban -, ¿qué decís? ¿No basta con lo que hoy habéis hecho? Por ventura quizás tendríais más que hacer mañana.
Y el señor rey respondió que él levantaría el campo al día siguiente, que no quería que nadie se lo echara en cara. Y así, cuando amaneció, los otros almogávares que iban por las montañas y más de quinientos hombres a caballo de su caballería, se acercaron al señor rey. Y el señor rey, con la señera al viento, fue por el campo, con los que habían batallado con él, y no permitió que bajase nadie más. Y los que levantaron el campo, ganaron tan bellos arneses, y florines y torneses (667), que para siempre fueron ricos. Y el señor rey pasó revista a su gente, y encontró que habían perdido doce caballeros y aquel Guillemó Escrivà, que murió a causa de su codicia por aquella espada. Por lo que todo el mundo debe cuidarse de que, mientras está en la batalla, no puede permitirse otro pensamiento más que el de alcanzar la victoria, y que no codicie oro ni plata ni nada que pueda ver, sino que desee tan solo ganar por la mano a sus enemigos; que si vence, alcanzará inmediatamente su parte del botín; y si es derrotado, poco provecho le hará nada de lo que posea, puesto que se quedará junto con su cuerpo. Por lo que todos debéis tener presente lo que os digo; y si así lo haceis, Dios os concederá siempre honor en el campo.
E igualmente vieron que habían perdido veinticinco hombres de a pie. Y bien podéis suponer qué batalla sería esta, de tan escasa gente contra tan buenos caballeros, que quedaron en el campo más de trescientos veinte caballeros franceses muertos, y lo que dijeron aquellos que habían participado en la batalla, es que el señor rey, con sus propias manos, había muerto a más de sesenta.
Y una vez levantado el campo, y recogidos los arneses y la moneda (que no se pudo capturar ningún caballo, ya que no había caballo que no tuviese siete u ocho lanzazos), el señor rey continuó hacia Besuldó. Y encontraron que también las guarniciones de aquellas fronteras estaban ricas y abastecidas de todo, lo mismo que ocurría en las otras fronteras visitadas. ¿Qué os diré? Cuando el señor rey hubo reconocido todo cuanto poseía, regresó a Hostalric, donde se encontraba el señor infante N'Anfòs.
Ahora dejaré de hablar de ellos y volveré a hablar de madona la reina, y del señor infante En Jacme, y del almirante, y de la galera y los dos leños que el señor rey les había enviado desde Barcelona.
NOTAS
- Barones, hagamos lo correcto. Juntémonos a nuestros hombres de a pie, que aquí hay una gran caballería, y vienen a por nosotros. Y empezad todos a batallar, que hoy haremos tal que todo el mundo lo comentará, con la ayuda de nuestro señor Dios Jesucristo.
Y todos respondieron:
- Señor, permitid que subamos a aquella montaña, de modo, señor, que vuestra persona quede a salvo; que no tememos más que por vuestra persona. Y cuando vos estéis allá arriba, veréis lo que somos capaces de hacer.
Dijo el señor rey:
- Dios no puede haber dispuesto nunca, que por su causa nos tengamos que apartar de nuestro camino.
Enseguida los almogávares, aquellos que se encontraban cerca del señor rey, se acercaron, pero no eran más de cien, y al atacar rompieron las lanzas (664). El señor rey espoleó el primero, y atacó con su lanza al primero que encontró, de tal guisa que lo traspaso por mitad del escudo, y ya no necesitó buscar ningún médico; y después echó mano a la espada, y repartió mandobles acá y acullá, y tal hueco hizo, que nadie se atrevía a esperar sus mandobles, en cuanto hubieron sufrido su manera de atacar. Y los que con él iban atacaban del mismo modo, y ningún caballero era capaz de hacer mayores maravillas que ellos. De los almogávares es bueno que os diga que igual hacían ellos con sus medias lanzas, que no quedaba ningún caballo por destripar. Y esto hicieron una vez hubieron gastado todos sus dardos, que no hubo ninguno que con su dardo no matase al menos a un caballero o a un caballo; y luego con las medias lanzas hicieron maravillas.
Y el señor rey estaba unas veces aquí y otras allá, ora a diestra ora a siniestra, y tanto atacó con la espada, que ésta acabó a trozos, y entonces echó mano de la maza, con la que atacaba mejor que cualquier otro caballero del mundo. Y se acercó al conde de Nivers, que era el jefe de aquella compañía y le dio tal mazazo sobre el yelmo, que lo dejó inconsciente en tierra; y enseguida se volvió, y dijo a un buen macero que no se apartaba de él, llamado En Guillemó (665) Escrivà, de Xàtiva, que iba montado a la jineta:
- Guillemó, descabalga y mátalo.
Y aquel echó pie a tierra y lo mató. Y una vez lo hubo matado, para su desgracia, se prendó de la espada del conde, que era muy rica; y mientras se la desceñía, un caballero del conde que había muerto, vio que aquel había matado a su señor, y vino, y le dio tal bordonazo en los hombros, que lo mató. Y el señor rey se volvió, y vio que aquel caballero había muerto a En Guillemó Escrivà, y le dio tal golpe con la maza sobre el casco, que le sacó los sesos por las orejas, y cayó muerto en tierra. Y en aquel lugar, a causa del conde muerto, vierais dar y recibir golpes. Y el señor rey, que vio a su gente en tal confusión, se abalanzó contra los enemigos, e hizo tal hueco, que en aquel ataque mató con su propia maza a más de quince caballeros; y creedme, al que alcanzaba de pleno, no necesitaba más de un golpe.
Y estando en aquella confusión, un caballero francés que vio que el rey les hacía tanto daño, con la espada en la mano vino y le cortó las riendas; y el rey pensó estar perdido. Por lo que ningún caballero debería acudir a batallar sin dos pares de riendas, unas de cadena y otras de cuero; y las de cadena que estuvieran recubiertas de cuero. ¿Qué os diré? Que el señor rey iba descontrolado, ya que el caballo lo llevaba de acá para allá, hasta que cuatro almogávares que se encontraban cerca del señor rey, se acercaron y le ataron las riendas. Y el señor rey se acordaba muy bien del caballero que le había cortado las riendas, y fue a donde se encontraba, y se lo agradeció de tal forma que nunca más pudo pensar en cortar riendas, sino que quedó, como su señor, muerto.
Y entonces, cuando el señor rey hubo retornado al centro de la batalla, vierais atacar y golpear; y había en la compañía del señor, rey ricoshombre y caballeros que nunca habían participado en ninguna batalla, y que no obstante, aquel día hicieron maravillas todos ellos. ¿Qué os diré? Que un caballero joven de Tràpena, llamado En Palmer Abat, al que el señor rey había recibido en Sicília, en su casa, quien no había visto ni participado nunca en ninguna batalla, se comportó de igual modo que lo hubiera hecho Rotlan, si estuviera vivo. Y todo esto ocurría por el gran amor que tenían al señor rey, y por lo que le veían hacer con sus propias manos. Que lo que el rey hacía no era obra de caballero, sino obra propiamente de Dios; que ni Galeàs, ni Tristany, ni Llancelot, ni Galvany, ni Boors, ni Palamides, ni Perceval lo Galois, ni el Cavaller ab la Cota mal Tallada, ni Estor de Mares, ni el Morant de Gaunes (666), ni tan siquiera todos ellos juntos con una compañía tan escasa como la de los pocos caballeros que con el señor rey de Aragón iban, hubieran podido hacer tanto en un día, contra cuatrocientos caballeros tan buenos como los franceses, que eran la flor del rey de França, como hizo el señor rey de Aragó y los que con él iban en aquella ocasión.
¿Qué os diré? Que los franceses se quisieron retirar hacia una loma, pero el señor rey espoleó hacia el que llevaba la señera del conde, y le dio tal mazazo en el yelmo que lo dejó frío y muerto en el acto, y por tierra; y los almogávares inmediatamente arrancaron la señera del asta, a trozos. Y los franceses que vieron la señera de su señor por tierra, hicieron todos una piña, y el señor rey atacó entre ellos con toda su gente. Y los franceses habían tomado un montículo y estaban tan compactos que ni el señor rey ni ninguno de los suyos podía entrar entre ellos, con lo que la batalla duró hasta que llegó la noche. Y no habían quedado más de ochenta caballeros franceses. Y el señor rey dijo:
- Barones, ya es de noche, y nos podríamos herir unos a otros, cuando los atacáramos. Repleguémonos!
Y cuando se hubieron reunido en otro montículo, vigilaron, y vieron venir quinientos caballeros franceses con tres señeras. Y si me preguntáis quiénes eran, os lo diré: eran tres condes parientes del conde de Nivers, que estaban preocupados por su primo quien había salido a montar la emboscada, y era mediodía y todavía no había regresado, que era cuando tenía previsto regresar a la hueste; por lo que ellos, con el permiso del rey de França, habían salido a buscarle. Y vieron a los caballeros en una loma y al rey de Aragón en otra; entonces fueron hacia los suyos que les salieron al encuentro; y escucharon las malas noticias que confirmaban su inquietud; y se acercaron allá donde el conde y otros caudillos, seis de ellos parientes suyos, yacían muertos, y los levantaron con grandes llantos y lamentaciones; y caminaron toda la noche hasta llegar a la hueste. Y cuando llegaron al campamento, vierais tales duelos y llantos que parecía que el cielo se venía abajo. De modo que En Ramon Folc, vizconde de Cardona, que se encontraba en Gerona, envió diez hombres fuera de la ciudad, para conseguir noticias; y capturaron dos hombres de la hueste que trajeron a la ciudad; y cuando En Ramon Folc los vio les preguntó el motivo de tales llantos y lamentaciones, y ellos le contaron lo que había ocurrido y entonces En Ramon Folc hizo hacer gran luminaria por toda la ciudad de Gerona.
Ahora los dejaré estar, y volveré al señor rey de Aragó.
El señor rey de Aragó dijo a los suyos:
- Barones, permanezcamos aquí toda la noche, y mañana al amanecer levantaremos el campo e inspeccionaremos cuanta caballería han perdido, ya que sería gran deshonor para nosotros, abandonar de esta forma el campo.
- Señor - dijeron los que con él estaban -, ¿qué decís? ¿No basta con lo que hoy habéis hecho? Por ventura quizás tendríais más que hacer mañana.
Y el señor rey respondió que él levantaría el campo al día siguiente, que no quería que nadie se lo echara en cara. Y así, cuando amaneció, los otros almogávares que iban por las montañas y más de quinientos hombres a caballo de su caballería, se acercaron al señor rey. Y el señor rey, con la señera al viento, fue por el campo, con los que habían batallado con él, y no permitió que bajase nadie más. Y los que levantaron el campo, ganaron tan bellos arneses, y florines y torneses (667), que para siempre fueron ricos. Y el señor rey pasó revista a su gente, y encontró que habían perdido doce caballeros y aquel Guillemó Escrivà, que murió a causa de su codicia por aquella espada. Por lo que todo el mundo debe cuidarse de que, mientras está en la batalla, no puede permitirse otro pensamiento más que el de alcanzar la victoria, y que no codicie oro ni plata ni nada que pueda ver, sino que desee tan solo ganar por la mano a sus enemigos; que si vence, alcanzará inmediatamente su parte del botín; y si es derrotado, poco provecho le hará nada de lo que posea, puesto que se quedará junto con su cuerpo. Por lo que todos debéis tener presente lo que os digo; y si así lo haceis, Dios os concederá siempre honor en el campo.
E igualmente vieron que habían perdido veinticinco hombres de a pie. Y bien podéis suponer qué batalla sería esta, de tan escasa gente contra tan buenos caballeros, que quedaron en el campo más de trescientos veinte caballeros franceses muertos, y lo que dijeron aquellos que habían participado en la batalla, es que el señor rey, con sus propias manos, había muerto a más de sesenta.
Y una vez levantado el campo, y recogidos los arneses y la moneda (que no se pudo capturar ningún caballo, ya que no había caballo que no tuviese siete u ocho lanzazos), el señor rey continuó hacia Besuldó. Y encontraron que también las guarniciones de aquellas fronteras estaban ricas y abastecidas de todo, lo mismo que ocurría en las otras fronteras visitadas. ¿Qué os diré? Cuando el señor rey hubo reconocido todo cuanto poseía, regresó a Hostalric, donde se encontraba el señor infante N'Anfòs.
Ahora dejaré de hablar de ellos y volveré a hablar de madona la reina, y del señor infante En Jacme, y del almirante, y de la galera y los dos leños que el señor rey les había enviado desde Barcelona.
NOTAS
664. Romper las lanzas. Como más tarde explica Muntaner, se trataba de una táctica de combate que les permitía atacar con lanzas de menor longitud y destripar a los caballos del enemigo, haciendo que los caballeros cayeran a tierra.
665. Guillemó. Diminutivo de Guillem.
666. Aquí Muntaner cita a buena parte de los principales personajes de las novelas de caballería de la época, que evidentemente se tomaban como referencia y espejo de todas las virtudes.
667. Tornés. Aplícase a la moneda francesa que se fabricó en la ciudad de Tours.
1 comentari:
¡Jodé, qué decripción! ¡Como dirigida por Mel Gibson! Guau.
Hoy, más que nunca -y por el pedazo de batalla que nos narras-, ¡mucha paz!
Un abrazo, amigo.
Daniel.
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