Retirada de les tropes franceses amb la cua entre cames. El cronista s'ensanya amb el cardenal a qui ridiculitza cada cop que hi té ocasió. La veritat és que s'ho ben mereixia.
CXXXIX
Y monsèñer En Felip llamó a sus barones, y estableció una vanguardia (en la que estaba el conde de Foix) de quinientos caballeros armados; y detrás iba él con la oriflama, y con su hermano, y el cuerpo de su padre, y con el cardenal; y con ellos iban mil caballos armados. Y luego iban todas las acémilas, y la gente de a pie; y en la retaguardia iba el resto de la caballería que había quedado, que podían alcanzar los tres mil quinientos caballeros. Y así levantaron el campo de Pujamilot, e iniciaron la marcha hacia la Jonquera.
Y aquel mismo día, el almirante, con todos sus marineros, se encontraba en el desfiladero de Panissars. Y aquella noche sólo Dios conoce qué noche pasaron los franceses, que ni uno solo se quitó los correajes, ni durmió, sino que toda la noche se oyeron llantos y gemidos; que los almogávares, y los peones de mesnada y los marineros, atacaban por los flancos de la hueste, y mataban gentes y rompían cofres; que hubierais oído mayor astillamiento de cofres que si hubieseis estado en un bosque en el que hubiera mil hombres que no hiciesen otra cosa que astillar leña. Del cardenal os puedo decir que desde que partió de Peralada hasta que llegó a Perpinyà, no hizo sino recitar oraciones, ya que temía ser degollado. Y así pasaron aquella noche.
Y a la mañana siguiente el señor rey de Aragó lanzó pregón para que todo el mundo siguiera su señera, y que nadie, bajo pena de muerte, atacase hasta que su señera atacase y sonasen las trompas y las nácaras. De modo que todo el mundo se reunió alrededor de la señera del señor rey. Y cuando el rey de França estuvo preparado, y su vanguardia atravesaba el Pertús, el señor rey de Aragón los dejó pasar, y toda la gente del rey de Aragón gritaban: - Señor, ataquemos! Señor, ataquemos!. Y el señor rey los contenía para que no hiciesen nada. Y tras ellos llegó la oriflama con su sobrino el rey de França, y su hermano, y el cuerpo de su padre, y el cardenal, tal como habéis escuchado que había sido dispuesto, y empezaron a pasar por el mencionado lugar del Pertús. Y del mismo modo las gentes del señor rey de Aragón gritaban a grandes voces: - Señor, vergüenza! Señor, vergüenza! Ataquemos! Ataquemos!-. Y el señor rey aguantó fuerte hasta que hubo pasado el rey de França, y los que iban con él cerca de la oriflama. Y cuando empezaron a pasar las acémilas y las gentes llanas, y la gente del señor rey de Aragón vieron esto, ni siquiera el señor rey los pudo contener; así que un gran grito surgió y se extendió por toda la hueste del señor rey de Aragón: - Ataquemos! Ataquemos!-. Y entonces todo el mundo se lanzó a perseguirles, y vierais rotura de cofres, y destrucción de tiendas, y saqueo de ropa, y de oro, y de monedas de plata, y de vajillas, y de tanta riqueza, que todo el mundo, desde entonces nadó en la riqueza. ¿Qué os diré? Que los que habían pasado antes, bien les valió, que de las acémilas ni de las gentes de a pie, ni de los caballeros de la retaguardia, se salvó nadie, que todos murieron y su ropa fue saqueada. Y cuando comenzaron a atacar, los alaridos fueron tan grandes, que se oían a cuatro leguas de distancia. Y el cardenal, que los escuchó, dijo al rey de França:
- Señor, qué es esto? Todos moriremos!
Dijo el rey de França:
- Tened por cierto que nuestro tío no ha podido contener por más tiempo a su gente, que bastante trabajo ha tenido para dejarnos pasar a nosotros. Que ya lo habéis podido oír; cómo cuando nuestra vanguardia pasó, todo el mundo gritaba: "Señor, ataquemos!", y él los contenía con una azcona montera en la mano; y luego, cuando pasamos, gritaron: "Señor, vergüenza! Ataquemos, ataquemos!", y él todavía se contenía más, y se esforzaba en contenerlos; y en cuanto hubimos pasado nosotros y sus gentes vieron las acémilas, con su carga y ropajes, les ha entrado por los ojos y ya no los ha podido contener. Por lo que tened por seguro que de los que han quedado no podrá escapar nadie. Así que continuemos.
Y cuando hubieron pasado el Pertús, en una elevación que hay sobre la ribera, divisaron al señor rey de Mallorca con su caballería y mucha gente de Rosselló, y de Confleent y de Cerdanya; y estaban en aquel collado con la señera real ondeando. Y el cardenal, que los vio, se acercó al rey de França, y dijo:
- Ah, señor! ¿Qué haremos? Ved al rey de Aragón que viene.
Y el rey de França le dijo:
- No os preocupéis, que aquel es nuestro tío el rey de Mallorca, que sale a acompañarnos, que ya sabemos que de este modo ha sido dispuesto por el rey de Aragó y por el rey de Mallorca.
Y entonces el cardenal sintió gran alegría, pero todavía no se sentía muy seguro. ¿Qué os diré? El rey de França se acercó al rey de Mallorca, y el rey de Mallorca a él, y se besaron y se abrazaron; y luego besó y abrazó a misser Carles, y luego al cardenal. Y el cardenal le dijo:
- Ah, señor rey de Mallorca! ¿Qué será de nosotros? ¿Moriremos ahora?
Y el señor rey de Mallorca, cuando lo vio tan demudado que parecía un moribundo, no pudo evitar sonreír, y le dijo:
- Cardenal, no temáis. Sobre nuestra cabeza, vos os encontráis a salvo y seguro.
Y entonces él se tuvo por asegurado, y nunca en su vida había pasado tanto miedo.
Y empezaron a caminar, y los alaridos que se escuchaban por las montañas, y los gritos de la gente del rey de Aragón, eran tan grandes que parecía que el mundo se acababa. ¿Qué os diré? Con un hermoso trote, allí donde era posible, marcharon hasta haber rebasado la Clusa, y no se tuvieron por seguros hasta que llegaron a es Veló. Y aquella noche acamparon en el Veló el rey de França y toda su compañía; pero el cardenal no paró hasta llegar a Perpinyà. Y no tuvieron que esperar a la retaguardia que habían dejado atrás, ya que las gentes del señor rey de Aragón los habían enviado al paraíso. Y a la mañana siguiente el rey de França, con el cuerpo de su padre, y con su hermano y con el rey de Mallorca, que no los abandonó, llegaron a Perpinyà. Y allí el señor rey de Mallorca atendió durante ocho días a todas sus necesidades; y cada día hacia cantar misas por el rey de França, y todos los días salía procesión para rezar por su alma; y de noche y de día, mientras permanecieron en su tierra, el señor rey de Mallorca, hizo quemar mil hachones grandes de cera. Y tanto honor hizo al cuerpo del rey de França, y a sus hijos, y a todos los que con ellos iban, y al cardenal, que la casa de França debería sentirse siempre muy obligada, y la casa de Roma, lo mismo.
¿Qué os diré? Cuando hubieron pasado ocho días de permanencia en Perpinyà, y se hubieron repuesto, marcharon. Y el señor rey de Mallorca los acompañó hasta que salieron de su tierra, y atendió a sus necesidades; y luego se separó de ellos y regresó a Perpinyà. Y los franceses se marcharon en tal situación, que sólo un diez por ciento se salvó, y el resto todos murieron de enfermedad. Y el cardenal, se marchó tan atemorizado, que no se quitó el miedo del cuerpo hasta que al cabo de muy pocos días murió; y se fue al paraíso con los que había hecho ir antes, gracias a sus sermones. ¿Qué os diré? En tal situación volvieron, que mientras el mundo dure, en Francia, y en todas sus tierras, cada vez que oigan hablar de Catalunya, se acordarán de esto.
Y ahora dejaré de hablar de ellos, y volveré a hablaros del señor rey de Aragón y de su gente.
Y aquel mismo día, el almirante, con todos sus marineros, se encontraba en el desfiladero de Panissars. Y aquella noche sólo Dios conoce qué noche pasaron los franceses, que ni uno solo se quitó los correajes, ni durmió, sino que toda la noche se oyeron llantos y gemidos; que los almogávares, y los peones de mesnada y los marineros, atacaban por los flancos de la hueste, y mataban gentes y rompían cofres; que hubierais oído mayor astillamiento de cofres que si hubieseis estado en un bosque en el que hubiera mil hombres que no hiciesen otra cosa que astillar leña. Del cardenal os puedo decir que desde que partió de Peralada hasta que llegó a Perpinyà, no hizo sino recitar oraciones, ya que temía ser degollado. Y así pasaron aquella noche.
Y a la mañana siguiente el señor rey de Aragó lanzó pregón para que todo el mundo siguiera su señera, y que nadie, bajo pena de muerte, atacase hasta que su señera atacase y sonasen las trompas y las nácaras. De modo que todo el mundo se reunió alrededor de la señera del señor rey. Y cuando el rey de França estuvo preparado, y su vanguardia atravesaba el Pertús, el señor rey de Aragón los dejó pasar, y toda la gente del rey de Aragón gritaban: - Señor, ataquemos! Señor, ataquemos!. Y el señor rey los contenía para que no hiciesen nada. Y tras ellos llegó la oriflama con su sobrino el rey de França, y su hermano, y el cuerpo de su padre, y el cardenal, tal como habéis escuchado que había sido dispuesto, y empezaron a pasar por el mencionado lugar del Pertús. Y del mismo modo las gentes del señor rey de Aragón gritaban a grandes voces: - Señor, vergüenza! Señor, vergüenza! Ataquemos! Ataquemos!-. Y el señor rey aguantó fuerte hasta que hubo pasado el rey de França, y los que iban con él cerca de la oriflama. Y cuando empezaron a pasar las acémilas y las gentes llanas, y la gente del señor rey de Aragón vieron esto, ni siquiera el señor rey los pudo contener; así que un gran grito surgió y se extendió por toda la hueste del señor rey de Aragón: - Ataquemos! Ataquemos!-. Y entonces todo el mundo se lanzó a perseguirles, y vierais rotura de cofres, y destrucción de tiendas, y saqueo de ropa, y de oro, y de monedas de plata, y de vajillas, y de tanta riqueza, que todo el mundo, desde entonces nadó en la riqueza. ¿Qué os diré? Que los que habían pasado antes, bien les valió, que de las acémilas ni de las gentes de a pie, ni de los caballeros de la retaguardia, se salvó nadie, que todos murieron y su ropa fue saqueada. Y cuando comenzaron a atacar, los alaridos fueron tan grandes, que se oían a cuatro leguas de distancia. Y el cardenal, que los escuchó, dijo al rey de França:
- Señor, qué es esto? Todos moriremos!
Dijo el rey de França:
- Tened por cierto que nuestro tío no ha podido contener por más tiempo a su gente, que bastante trabajo ha tenido para dejarnos pasar a nosotros. Que ya lo habéis podido oír; cómo cuando nuestra vanguardia pasó, todo el mundo gritaba: "Señor, ataquemos!", y él los contenía con una azcona montera en la mano; y luego, cuando pasamos, gritaron: "Señor, vergüenza! Ataquemos, ataquemos!", y él todavía se contenía más, y se esforzaba en contenerlos; y en cuanto hubimos pasado nosotros y sus gentes vieron las acémilas, con su carga y ropajes, les ha entrado por los ojos y ya no los ha podido contener. Por lo que tened por seguro que de los que han quedado no podrá escapar nadie. Así que continuemos.
Y cuando hubieron pasado el Pertús, en una elevación que hay sobre la ribera, divisaron al señor rey de Mallorca con su caballería y mucha gente de Rosselló, y de Confleent y de Cerdanya; y estaban en aquel collado con la señera real ondeando. Y el cardenal, que los vio, se acercó al rey de França, y dijo:
- Ah, señor! ¿Qué haremos? Ved al rey de Aragón que viene.
Y el rey de França le dijo:
- No os preocupéis, que aquel es nuestro tío el rey de Mallorca, que sale a acompañarnos, que ya sabemos que de este modo ha sido dispuesto por el rey de Aragó y por el rey de Mallorca.
Y entonces el cardenal sintió gran alegría, pero todavía no se sentía muy seguro. ¿Qué os diré? El rey de França se acercó al rey de Mallorca, y el rey de Mallorca a él, y se besaron y se abrazaron; y luego besó y abrazó a misser Carles, y luego al cardenal. Y el cardenal le dijo:
- Ah, señor rey de Mallorca! ¿Qué será de nosotros? ¿Moriremos ahora?
Y el señor rey de Mallorca, cuando lo vio tan demudado que parecía un moribundo, no pudo evitar sonreír, y le dijo:
- Cardenal, no temáis. Sobre nuestra cabeza, vos os encontráis a salvo y seguro.
Y entonces él se tuvo por asegurado, y nunca en su vida había pasado tanto miedo.
Y empezaron a caminar, y los alaridos que se escuchaban por las montañas, y los gritos de la gente del rey de Aragón, eran tan grandes que parecía que el mundo se acababa. ¿Qué os diré? Con un hermoso trote, allí donde era posible, marcharon hasta haber rebasado la Clusa, y no se tuvieron por seguros hasta que llegaron a es Veló. Y aquella noche acamparon en el Veló el rey de França y toda su compañía; pero el cardenal no paró hasta llegar a Perpinyà. Y no tuvieron que esperar a la retaguardia que habían dejado atrás, ya que las gentes del señor rey de Aragón los habían enviado al paraíso. Y a la mañana siguiente el rey de França, con el cuerpo de su padre, y con su hermano y con el rey de Mallorca, que no los abandonó, llegaron a Perpinyà. Y allí el señor rey de Mallorca atendió durante ocho días a todas sus necesidades; y cada día hacia cantar misas por el rey de França, y todos los días salía procesión para rezar por su alma; y de noche y de día, mientras permanecieron en su tierra, el señor rey de Mallorca, hizo quemar mil hachones grandes de cera. Y tanto honor hizo al cuerpo del rey de França, y a sus hijos, y a todos los que con ellos iban, y al cardenal, que la casa de França debería sentirse siempre muy obligada, y la casa de Roma, lo mismo.
¿Qué os diré? Cuando hubieron pasado ocho días de permanencia en Perpinyà, y se hubieron repuesto, marcharon. Y el señor rey de Mallorca los acompañó hasta que salieron de su tierra, y atendió a sus necesidades; y luego se separó de ellos y regresó a Perpinyà. Y los franceses se marcharon en tal situación, que sólo un diez por ciento se salvó, y el resto todos murieron de enfermedad. Y el cardenal, se marchó tan atemorizado, que no se quitó el miedo del cuerpo hasta que al cabo de muy pocos días murió; y se fue al paraíso con los que había hecho ir antes, gracias a sus sermones. ¿Qué os diré? En tal situación volvieron, que mientras el mundo dure, en Francia, y en todas sus tierras, cada vez que oigan hablar de Catalunya, se acordarán de esto.
Y ahora dejaré de hablar de ellos, y volveré a hablaros del señor rey de Aragón y de su gente.
1 comentari:
Un abrazo Julio, me acabo de enterar que operan a tu mujer.
Publica un comentari a l'entrada