Els reis Jaume d'Aragó i Sanxo de Castella signen la pau. Paus també entre Sanxo i els infants de la Cerda que renuncien a llurs pretensions a la corona de Castella.
CLXXVII
Y el señor rey fue visitando todo Aragón, y luego se acercó a la ciudad de Valencia, y tras esto siguió visitando todo el reino. Y mientras él iba visitando sus tierras, llegaron mensajeros muy honrados del rey don Sanxo de Castilla, primo hermano suyo, y saludaron muy devotamente al señor rey En Jacme de parte del rey don Sanxo de Castilla; y éste le hacía saber que sentía una gran alegría por su llegada, y que le rogaba, como a querido primo a quien mucho amaba, que le pluguiese estar en paz con él, y que él estaba dispuesto a ayudarlo y a defenderlo contra todo el mundo, y que el rey N'Anfòs había batallado con él y lo había empujado a una situación de posible pérdida de sus reinos para dárselos a sus sobrinos, quienes no tenían tanto derecho como él (por lo que se encontraba muy asombrado), pero que le parecía que con él no existía ningún asunto pendiente. Y así, le rogaba que no continuase con lo que el rey N'Anfòs, su hermano, había emprendido, sino que pensara en la gran alianza que podría haber entre ambos.
Y el señor rey de Aragón respondió a los mensajeros muy cortésmente, como señor que ha sido y es el más cortés y más educado en todo que jamás hubo. Y les dijo que fuesen bienvenidos, y luego les dijo que el rey don Sanxo no se debía asombrar de lo que el rey N'Anfòs le había hecho, puesto que el rey N'Anfòs, como buen hijo, quería vengar el gran entuerto que le había inferido al señor rey su padre.
- Y os advierto que nos éramos de la misma intención; pero puesto que pide paz, a nos nos place que la haya.
Y los embajadores respondieron:
- Hoc, señor, con una puntualización: que se ofrece a enmendar, a vuestra petición, todo lo que él hubiese fallado al señor rey vuestro padre; y la reparación será la que vos, señor, queráis, sea en ciudades, o castillos, o villas, o aldeas, y os hará todo el honor que vos decidáis que os deba hacer
Y el señor rey respondió que ya que tan buena disposición tenía, se daba por satisfecho, y que no quería ciudades, ni castillos, ni villas ni otros lugares ya que, a Dios gracias, él poseía tales reinos y tan buenos, que no codiciaba sus tierras, y que le bastaba con que se arrepintiese de lo que había hecho; sin embargo quería que diese parte de la tierra de Castilla a sus sobrinos los dos infantes, esto es a don Alfonso y a don Ferrando, que por nada del mundo los desampararía. Y los embajadores dijeron que llevarían este mensaje.
Y así regresaron al rey de Castilla, y le comunicaron todo lo que el señor rey les había dicho, y la gran bondad y sabiduría que en él residían. Y el rey de Castilla se alegró mucho, y ordenó que regresasen a su presencia, y que se encontraba listo para hacer todo lo que ordenase. ¿Qué os diría? Que tantas veces fueron y vinieron mensajeros entre ambas partes, que al fin fue otorgada la paz por ambos; y don Alfonso y don Ferrando de Castilla que deseaban alcanzar la paz con su tío el rey don Sanxo, se dieron por satisfechos con lo que el señor rey de Aragón había logrado que les entregara el rey de Castilla, y prometieron renunciar al reino.
De modo que se concertó entrevista entre el señor rey de Aragón y el rey de Castilla, en Calataiú, que pertenece al señor rey de Aragón, y luego en Soria, que pertenece al señor rey de Castilla; y ambos se esforzaron en presentarse a la reunión lo más honradamente posible. Así que cuando el rey llegó a Calataiú con gran acompañamiento de ricoshombre, prelados, caballeros y ciudadanos, supo que el rey de Castilla se encontraba en Soria; y que había traído a la reina, y también estaban con él el infante En Joan, hermano del rey don Sanxo, y muchos otros ricoshombre. Y el señor rey de Aragón, que supo que la reina se encontraba en Soria, cortésmente y en honor de la reina quiso acudir a Soria antes de que ellos viniesen a Calataiú; y fue a Soria. Y el rey de Castilla, que supo que llegaba, le salió al encuentro a más de cuatro leguas; y allí recibió al señor rey de Aragón y a todas sus gentes con muy gran honor, y mientras permanecieron en Soria hubo gran fiesta y alegría.
Y cuando acabó la fiesta, el señor rey de Aragón quiso regresar, y rogó al rey de Castilla y a la reina que viniesen a Calataiú, y ellos le respondieron que con gusto lo harían; y de este modo, todos juntos, vinieron a Calataiú, donde el señor rey atendió todas sus necesidades, no solo las del rey de Castilla y la reina, sino las de todos lo que con ellos iban, desde el mismo día en que entraron en Aragó hasta el día en que regresaron a Castilla. Y podéis creer que de todo cuanto tenían o se pudiese imaginar, absolutamente de todo, el señor rey de Aragón hacía dar ración tan abundante a todo el mundo, que nadie se la podía acabar; y podíais ver por las plazas dar dos raciones de pan por un denario, y un lechón, o un cabrito, o un cordero, o gallinas, o avena, o pescado fresco y salado, cosas que en otro momento costarían dos sueldos, se compraban por seis denarios. Y todas las plazas estaban llenas de vendedores con todo lo que digo, de forma que todos los castellanos, y gallegos, y otras muchas gentes que habían llegado, se asombraban. Y un día comía el señor rey de Aragón en la posada del rey de Castilla con el rey y la reina, y al siguiente comían ellos con él en su posada. Así que la fiesta era tan grande que se celebraba a día completo, y era una gran maravilla contemplarlo. Y en Calataiú estuvieron juntos trece días, y en estos días se acordó la paz entre ellos, y se firmó. Y además se acordó la paz entre el rey de Castilla y sus sobrinos; y les dio tantas tierras en Castilla, que se quedaron muy satisfechos, y se lo agradecieron (que bien se lo habían de agradecer) al señor rey de Aragón, ya que de otra forma, si no hubiese sido por él, no hubieran recibido nada.
Y así, una vez pasados estos trece días en Calataiú, se separaron con gran concordia, y paz y amor. Y el señor rey de Aragón acompañó al rey de Castilla y a madona la reina de Castilla hasta que abandonaron la frontera de Aragón. Y en todas partes el señor rey atendió a todo el mundo de todas sus necesidades, tal como anteriormente os he dicho, hasta que se encontraron fuera de sus reinos; que ni un solo día pudo nadie decir que las raciones menguasen en nada, sino que crecían y mejoraban cada día. Y cuando se encontraron en la frontera de sus reinos, se despidieron los unos de los otros, con gran concordia, amor y gracia que Dios les había concedido. Y el señor rey de Castilla y madona la reina su esposa se marcharon satisfechos y alegres de la paz que habían firmado con el señor rey de Aragón, e incluso de la paz firmada con sus sobrinos; ya que habían tenido gran temor de que no les arrebatasen el reino, como hubieran hecho si el señor rey de Aragón hubiese querido; pero el señor rey de Aragón prefirió negociar entre ellos paz y amor, por los lazos familiares que los unían.
Ahora dejaré de hablar del rey de Castilla, y volveré a hablaros del señor rey de Aragón y Sicília.
Y el señor rey de Aragón respondió a los mensajeros muy cortésmente, como señor que ha sido y es el más cortés y más educado en todo que jamás hubo. Y les dijo que fuesen bienvenidos, y luego les dijo que el rey don Sanxo no se debía asombrar de lo que el rey N'Anfòs le había hecho, puesto que el rey N'Anfòs, como buen hijo, quería vengar el gran entuerto que le había inferido al señor rey su padre.
- Y os advierto que nos éramos de la misma intención; pero puesto que pide paz, a nos nos place que la haya.
Y los embajadores respondieron:
- Hoc, señor, con una puntualización: que se ofrece a enmendar, a vuestra petición, todo lo que él hubiese fallado al señor rey vuestro padre; y la reparación será la que vos, señor, queráis, sea en ciudades, o castillos, o villas, o aldeas, y os hará todo el honor que vos decidáis que os deba hacer
Y el señor rey respondió que ya que tan buena disposición tenía, se daba por satisfecho, y que no quería ciudades, ni castillos, ni villas ni otros lugares ya que, a Dios gracias, él poseía tales reinos y tan buenos, que no codiciaba sus tierras, y que le bastaba con que se arrepintiese de lo que había hecho; sin embargo quería que diese parte de la tierra de Castilla a sus sobrinos los dos infantes, esto es a don Alfonso y a don Ferrando, que por nada del mundo los desampararía. Y los embajadores dijeron que llevarían este mensaje.
Y así regresaron al rey de Castilla, y le comunicaron todo lo que el señor rey les había dicho, y la gran bondad y sabiduría que en él residían. Y el rey de Castilla se alegró mucho, y ordenó que regresasen a su presencia, y que se encontraba listo para hacer todo lo que ordenase. ¿Qué os diría? Que tantas veces fueron y vinieron mensajeros entre ambas partes, que al fin fue otorgada la paz por ambos; y don Alfonso y don Ferrando de Castilla que deseaban alcanzar la paz con su tío el rey don Sanxo, se dieron por satisfechos con lo que el señor rey de Aragón había logrado que les entregara el rey de Castilla, y prometieron renunciar al reino.
De modo que se concertó entrevista entre el señor rey de Aragón y el rey de Castilla, en Calataiú, que pertenece al señor rey de Aragón, y luego en Soria, que pertenece al señor rey de Castilla; y ambos se esforzaron en presentarse a la reunión lo más honradamente posible. Así que cuando el rey llegó a Calataiú con gran acompañamiento de ricoshombre, prelados, caballeros y ciudadanos, supo que el rey de Castilla se encontraba en Soria; y que había traído a la reina, y también estaban con él el infante En Joan, hermano del rey don Sanxo, y muchos otros ricoshombre. Y el señor rey de Aragón, que supo que la reina se encontraba en Soria, cortésmente y en honor de la reina quiso acudir a Soria antes de que ellos viniesen a Calataiú; y fue a Soria. Y el rey de Castilla, que supo que llegaba, le salió al encuentro a más de cuatro leguas; y allí recibió al señor rey de Aragón y a todas sus gentes con muy gran honor, y mientras permanecieron en Soria hubo gran fiesta y alegría.
Y cuando acabó la fiesta, el señor rey de Aragón quiso regresar, y rogó al rey de Castilla y a la reina que viniesen a Calataiú, y ellos le respondieron que con gusto lo harían; y de este modo, todos juntos, vinieron a Calataiú, donde el señor rey atendió todas sus necesidades, no solo las del rey de Castilla y la reina, sino las de todos lo que con ellos iban, desde el mismo día en que entraron en Aragó hasta el día en que regresaron a Castilla. Y podéis creer que de todo cuanto tenían o se pudiese imaginar, absolutamente de todo, el señor rey de Aragón hacía dar ración tan abundante a todo el mundo, que nadie se la podía acabar; y podíais ver por las plazas dar dos raciones de pan por un denario, y un lechón, o un cabrito, o un cordero, o gallinas, o avena, o pescado fresco y salado, cosas que en otro momento costarían dos sueldos, se compraban por seis denarios. Y todas las plazas estaban llenas de vendedores con todo lo que digo, de forma que todos los castellanos, y gallegos, y otras muchas gentes que habían llegado, se asombraban. Y un día comía el señor rey de Aragón en la posada del rey de Castilla con el rey y la reina, y al siguiente comían ellos con él en su posada. Así que la fiesta era tan grande que se celebraba a día completo, y era una gran maravilla contemplarlo. Y en Calataiú estuvieron juntos trece días, y en estos días se acordó la paz entre ellos, y se firmó. Y además se acordó la paz entre el rey de Castilla y sus sobrinos; y les dio tantas tierras en Castilla, que se quedaron muy satisfechos, y se lo agradecieron (que bien se lo habían de agradecer) al señor rey de Aragón, ya que de otra forma, si no hubiese sido por él, no hubieran recibido nada.
Y así, una vez pasados estos trece días en Calataiú, se separaron con gran concordia, y paz y amor. Y el señor rey de Aragón acompañó al rey de Castilla y a madona la reina de Castilla hasta que abandonaron la frontera de Aragón. Y en todas partes el señor rey atendió a todo el mundo de todas sus necesidades, tal como anteriormente os he dicho, hasta que se encontraron fuera de sus reinos; que ni un solo día pudo nadie decir que las raciones menguasen en nada, sino que crecían y mejoraban cada día. Y cuando se encontraron en la frontera de sus reinos, se despidieron los unos de los otros, con gran concordia, amor y gracia que Dios les había concedido. Y el señor rey de Castilla y madona la reina su esposa se marcharon satisfechos y alegres de la paz que habían firmado con el señor rey de Aragón, e incluso de la paz firmada con sus sobrinos; ya que habían tenido gran temor de que no les arrebatasen el reino, como hubieran hecho si el señor rey de Aragón hubiese querido; pero el señor rey de Aragón prefirió negociar entre ellos paz y amor, por los lazos familiares que los unían.
Ahora dejaré de hablar del rey de Castilla, y volveré a hablaros del señor rey de Aragón y Sicília.
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