En aquest capítol, una mica més llarg d'allò que resulta habitual en aquesta crònica, Muntaner ens dona la seua particular versió del conflicte entre els reis "naturals" de Sicília (la familia Hohenstoffen, a la que, casualment, pertanyia Constança, la dona de Pere el Gran) i els francesos, recolzats pel papa.
Com sempre, tota la culpa, de les dones. I és que, no hem canviat tant, des d'Adam i Eva...
Com sempre, tota la culpa, de les dones. I és que, no hem canviat tant, des d'Adam i Eva...
XXXII
Verdad es que el emperador Frederic fue el hombre de mejor sangre y linaje del mundo, y el más sabio y el mejor en cualquier hazaña; y fue elegido emperador de Alemanya con la concordia y aquiescencia del santo padre apostólico, y fue elegido allá donde debía ser elegido y por quienes debían elegirlo, y luego fue confirmado en Milán y en Roma por el santo padre apostólico y por todos aquellos a quienes correspondía confirmarlo. Y entró en legítima y cabal posesión de todo lo que pertenecía al imperio.
Y como a Dios place que en este mundo nadie pueda tener gozo ni placer cumplido, por obra del diablo nació entre él y el papa discordia; y sobre quien de los dos tuvo la culpa, no me corresponde a mí decirlo, y nada os diré. Pero los conflictos y la guerra crecieron y se multiplicaron entre la santa Iglesia y el emperador, y esto duró mucho tiempo.
Y tras esto hubo paz entre la santa Iglesia y él, acordando que él pasaría a Ultramar para conquistar la Tierra santa y sería jefe y comandante de todos los cristianos que allí habían o acudieran, y todo el imperio se atendría a su señoría y mandato.
Y luego de ésta paz el pasó a Ultramar con gran poder, e hizo mucho bien y conquistó ciudades y lugares, que arrebató a los sarracenos. Y después de haber permanecido allí durante mucho tiempo, se vio obligado a regresar, a causa de quien ni por qué motivo, no os lo sabría decir. Y cuando estuvo de regreso, volvió a comenzar la guerra entre la santa Iglesia y él, es decir, la guerra con los dirigentes de la santa Iglesia. Y os repito que no oiréis de mis labios de quién fue la culpa de esta guerra, ni por qué sucedió, ni quién la empezó: no me está permitido hablar. ¿Qué os diré? Que duró tanto la guerra como años vivió.
Y al morir dejó tres hijos, los más sabios y mejores que nunca salieran de señor alguno, salvo del señor rey En Jacme d'Aragó, de quien ya os he hablado. Y, de los tres hijos, hizo heredero a Corralí (311) de su patrimonio en Alemanya; y a otro hizo rey y heredero de Sicilia y de Principat, y de Terra de Llavor, y de Calabria, y de Polla y de Bruç (312) (tal como antes os he narrado), y se llamaba rey Manfré (313); y al otro lo hizo rey de Sardenya (314) y Còrsega (315), y se llamaba Enç (316).
Y así, cada uno de estos tres señores poseyeron sus tierras con gran fe y rectitud. Sin embargo los clérigos trataron de desposeerlos de todo cuanto tenían, apoyándose en la sentencia que el santo padre había dictado contra su padre, el emperador; y acudieron a cuantos reyes de cristianos había en el mundo, para que preparasen la conquista; y no encontraron a nadie que quisiese acometerla, y principalmente el santo rey Lluís de França (317), que estaba en aquel tiempo en alianza y gran amistad con el emperador Frederic, y el rey N'Enduard d'Anglaterra (318), y también el rey de Castilla, y asimismo el rey En Pere d'Aragón, desposado con la hija del rey Manfré. Y con estas intenciones anduvieron mucho tiempo, sin encontrar quien quisiera desposeerlos.
Y es cierto que en aquellos tiempos el rey Lluís de França tenía un hermano, llamado Carles (319), que era conde de Anjou (320); y ambos hermanos tenían sendas hermanas por esposas, hijas del conde de Proença (321), que era primo hermano del rey En Pere d'Aragó, padre del buen rey En Jacme. Y en vida del conde de Proença, el rey Lluís de França tomó su hija mayor por esposa. Y cuando el conde de Proença murió, quedó la otra hija, y el rey de França concertó que la desposara el conde de Anjou, su hermano, quien de este modo adquirió todo el condado de Proença; y así fue conde de Anjou y conde de Proença.
Y cuando esté matrimonio fue consumado, la reina de França tuvo gran deseo de ver a la condesa su hermana, y la condesa igualmente tenía gran deseo de ver a la reina. Así que, finalmente, la reina envió a rogar al conde y a la condesa que cuando el conde viniera a França al condado de Anjou, que trajese a la condesa para así poderla ver. Y el conde y la condesa se lo otorgaron.
Y no transcurrió mucho tiempo que el conde llevó a la condesa a París, donde estaban el rey y la reina. Y el rey y la reina hicieron reunir grandes cortes para su contento e hicieron acudir a condes y barones, con su respectivas esposas. Y cuando la corte fue llena de condes, y de barones, y de condesas y de baronesas, el asiento de la reina fue hecho sólo para ella, y a sus pies se dispusieron el asiento de la condesa su hermana y los de las otras condesas; de modo que la condesa de Proença estuvo tan dolida de que su hermana la reina no la sentase a su lado, que por poco no revienta de dolor. Y en cuanto hubo estado un poco tiempo, dijo que le dolía el corazón y que se quería volver a la posada, de modo que ni la reina ni nadie la pudo retener. Y cuando llegó a la posada, se echó sobre la cama y lloró y suspiró e hizo gran duelo. El conde que supo que la condesa se había marchado, sin esperar la comida, se sintió muy contrariado, ya que la amaba más que ningún otro señor pudiera amar a su esposa. Y fue a ella y la encontró en la cama llorando. Y él, inflamado de ira, pensó que alguno o alguna le hubiese dicho algo que la molestase, la besó y le dijo:
- Amiga, decidme qué tenéis, o si alguien os ha dicho algo que os haya molestado; que si es así, sabed bien cierto que inmediatamente os daré venganza, sea quien sea.
Y la condesa que sabía que él la amaba más que a nada en el mundo, a fin de que no se enfriase su enojo, le dijo:
- Señor, ya que me lo pedís, os lo diré, que yo a vos no puedo ocultaros nada. ¿Qué mujer hay en el mundo que deba estar tan dolida como yo, que hoy he recibido la mayor afrenta que nunca ninguna mujer recibiera? Vos sabéis y es cierto, que sois hermano, de padre y de madre, del rey de França, y asimismo yo soy hermana, de padre y de madre, de la reina; y hoy que toda la corte estaba a rebosar, la reina se sentó en su trono, y yo con las otras condesas me senté a sus pies, de lo que estoy verdaderamente dolida y deshonrada; así que inmediatamente os ruego que mañana nos volvamos a nuestra tierra, que por nada del mundo quiero quedarme aquí.
Y al respecto el conde le respondió:
- Ah, condesa! No lo toméis a mal, que es costumbre que con la reina no puede ni debe sentarse nadie si no es reina. Por tanto consolaos, que os juro por el sacramento de la santa Iglesia y por el buen amor que os tengo, que si estoy vivo, antes de que pase un año, tendréis corona en la cabeza; que seréis reina y podréis sentaros en el asiento de la reina, vuestra hermana. Y de esto os hago juramento y os beso en la boca.
Y con esto la condesa se consoló, pero no tanto que el dolor no permaneciera, y en cuatro días se despidió del rey y de la reina y regresó con el conde a Proença; de lo que mucho se entristeció el rey, y la reina, ya que tan pronto se marcharon.
Y en cuanto el conde hubo regresado con la condesa a Proença, hizo armar cinco galeras y fue a Roma a ver al papa. Y cuando llegó a Roma, el papa y los cardenales se asombraron cuando supieron que había venido, ya que no habían tenido noticias, aunque con gran honor lo recibieron y le hicieron gran fiesta. Y a la mañana siguiente envió a decir al papa que reuniese su colegio, que les quería exponer el por qué había venido. Y el papa así lo hizo.
Y cuando el papa y los cardenales estuvieron reunidos, le enviaron a decir que viniese. Y él acudió, y ellos se levantaron y le condujeron a un buen y hermoso asiento bueno tal como correspondía a hijo de rey. Y cuando todos se hubieron sentado, comenzó así su discurso:
NOTAS
Y como a Dios place que en este mundo nadie pueda tener gozo ni placer cumplido, por obra del diablo nació entre él y el papa discordia; y sobre quien de los dos tuvo la culpa, no me corresponde a mí decirlo, y nada os diré. Pero los conflictos y la guerra crecieron y se multiplicaron entre la santa Iglesia y el emperador, y esto duró mucho tiempo.
Y tras esto hubo paz entre la santa Iglesia y él, acordando que él pasaría a Ultramar para conquistar la Tierra santa y sería jefe y comandante de todos los cristianos que allí habían o acudieran, y todo el imperio se atendría a su señoría y mandato.
Y luego de ésta paz el pasó a Ultramar con gran poder, e hizo mucho bien y conquistó ciudades y lugares, que arrebató a los sarracenos. Y después de haber permanecido allí durante mucho tiempo, se vio obligado a regresar, a causa de quien ni por qué motivo, no os lo sabría decir. Y cuando estuvo de regreso, volvió a comenzar la guerra entre la santa Iglesia y él, es decir, la guerra con los dirigentes de la santa Iglesia. Y os repito que no oiréis de mis labios de quién fue la culpa de esta guerra, ni por qué sucedió, ni quién la empezó: no me está permitido hablar. ¿Qué os diré? Que duró tanto la guerra como años vivió.
Y al morir dejó tres hijos, los más sabios y mejores que nunca salieran de señor alguno, salvo del señor rey En Jacme d'Aragó, de quien ya os he hablado. Y, de los tres hijos, hizo heredero a Corralí (311) de su patrimonio en Alemanya; y a otro hizo rey y heredero de Sicilia y de Principat, y de Terra de Llavor, y de Calabria, y de Polla y de Bruç (312) (tal como antes os he narrado), y se llamaba rey Manfré (313); y al otro lo hizo rey de Sardenya (314) y Còrsega (315), y se llamaba Enç (316).
Y así, cada uno de estos tres señores poseyeron sus tierras con gran fe y rectitud. Sin embargo los clérigos trataron de desposeerlos de todo cuanto tenían, apoyándose en la sentencia que el santo padre había dictado contra su padre, el emperador; y acudieron a cuantos reyes de cristianos había en el mundo, para que preparasen la conquista; y no encontraron a nadie que quisiese acometerla, y principalmente el santo rey Lluís de França (317), que estaba en aquel tiempo en alianza y gran amistad con el emperador Frederic, y el rey N'Enduard d'Anglaterra (318), y también el rey de Castilla, y asimismo el rey En Pere d'Aragón, desposado con la hija del rey Manfré. Y con estas intenciones anduvieron mucho tiempo, sin encontrar quien quisiera desposeerlos.
Y es cierto que en aquellos tiempos el rey Lluís de França tenía un hermano, llamado Carles (319), que era conde de Anjou (320); y ambos hermanos tenían sendas hermanas por esposas, hijas del conde de Proença (321), que era primo hermano del rey En Pere d'Aragó, padre del buen rey En Jacme. Y en vida del conde de Proença, el rey Lluís de França tomó su hija mayor por esposa. Y cuando el conde de Proença murió, quedó la otra hija, y el rey de França concertó que la desposara el conde de Anjou, su hermano, quien de este modo adquirió todo el condado de Proença; y así fue conde de Anjou y conde de Proença.
Y cuando esté matrimonio fue consumado, la reina de França tuvo gran deseo de ver a la condesa su hermana, y la condesa igualmente tenía gran deseo de ver a la reina. Así que, finalmente, la reina envió a rogar al conde y a la condesa que cuando el conde viniera a França al condado de Anjou, que trajese a la condesa para así poderla ver. Y el conde y la condesa se lo otorgaron.
Y no transcurrió mucho tiempo que el conde llevó a la condesa a París, donde estaban el rey y la reina. Y el rey y la reina hicieron reunir grandes cortes para su contento e hicieron acudir a condes y barones, con su respectivas esposas. Y cuando la corte fue llena de condes, y de barones, y de condesas y de baronesas, el asiento de la reina fue hecho sólo para ella, y a sus pies se dispusieron el asiento de la condesa su hermana y los de las otras condesas; de modo que la condesa de Proença estuvo tan dolida de que su hermana la reina no la sentase a su lado, que por poco no revienta de dolor. Y en cuanto hubo estado un poco tiempo, dijo que le dolía el corazón y que se quería volver a la posada, de modo que ni la reina ni nadie la pudo retener. Y cuando llegó a la posada, se echó sobre la cama y lloró y suspiró e hizo gran duelo. El conde que supo que la condesa se había marchado, sin esperar la comida, se sintió muy contrariado, ya que la amaba más que ningún otro señor pudiera amar a su esposa. Y fue a ella y la encontró en la cama llorando. Y él, inflamado de ira, pensó que alguno o alguna le hubiese dicho algo que la molestase, la besó y le dijo:
- Amiga, decidme qué tenéis, o si alguien os ha dicho algo que os haya molestado; que si es así, sabed bien cierto que inmediatamente os daré venganza, sea quien sea.
Y la condesa que sabía que él la amaba más que a nada en el mundo, a fin de que no se enfriase su enojo, le dijo:
- Señor, ya que me lo pedís, os lo diré, que yo a vos no puedo ocultaros nada. ¿Qué mujer hay en el mundo que deba estar tan dolida como yo, que hoy he recibido la mayor afrenta que nunca ninguna mujer recibiera? Vos sabéis y es cierto, que sois hermano, de padre y de madre, del rey de França, y asimismo yo soy hermana, de padre y de madre, de la reina; y hoy que toda la corte estaba a rebosar, la reina se sentó en su trono, y yo con las otras condesas me senté a sus pies, de lo que estoy verdaderamente dolida y deshonrada; así que inmediatamente os ruego que mañana nos volvamos a nuestra tierra, que por nada del mundo quiero quedarme aquí.
Y al respecto el conde le respondió:
- Ah, condesa! No lo toméis a mal, que es costumbre que con la reina no puede ni debe sentarse nadie si no es reina. Por tanto consolaos, que os juro por el sacramento de la santa Iglesia y por el buen amor que os tengo, que si estoy vivo, antes de que pase un año, tendréis corona en la cabeza; que seréis reina y podréis sentaros en el asiento de la reina, vuestra hermana. Y de esto os hago juramento y os beso en la boca.
Y con esto la condesa se consoló, pero no tanto que el dolor no permaneciera, y en cuatro días se despidió del rey y de la reina y regresó con el conde a Proença; de lo que mucho se entristeció el rey, y la reina, ya que tan pronto se marcharon.
Y en cuanto el conde hubo regresado con la condesa a Proença, hizo armar cinco galeras y fue a Roma a ver al papa. Y cuando llegó a Roma, el papa y los cardenales se asombraron cuando supieron que había venido, ya que no habían tenido noticias, aunque con gran honor lo recibieron y le hicieron gran fiesta. Y a la mañana siguiente envió a decir al papa que reuniese su colegio, que les quería exponer el por qué había venido. Y el papa así lo hizo.
Y cuando el papa y los cardenales estuvieron reunidos, le enviaron a decir que viniese. Y él acudió, y ellos se levantaron y le condujeron a un buen y hermoso asiento bueno tal como correspondía a hijo de rey. Y cuando todos se hubieron sentado, comenzó así su discurso:
NOTAS
311. Conrado IV. (Andria, Pulla 1228 - Lavello, Basilicata 1254). Hijo del emperador Federico II, fue depuesto como su padre por el papa Inocencio IV. No llegó a ser coronado emperador.
312. Para estos topónimos, ver capítulo XI, donde se detallan las posesiones de Manfredo I en Italia.
313. Manfredo I. Hijo natural legitimado de Federico II. Ver capítulo XI.
314. Cerdeña.
315. Córcega.
316. Enzo. Hijo natural de Federico II. No llegó a tomar posesión de estas islas.
317. Luís IX de Francia, llamado el Santo. Hijo de Luís VIII y de Blanca de Castilla.
318. Eduardo I de Inglaterra. Hijo de Enrique III y de Eleonor de Provenza. Casado con Eleonor de Castilla, y más tarde al enviudar, con Margarita hermana de Felipe IV de Francia.
319. Carlos I de Nápoles, o Carlos de Anjou. Hijo de Luís VIII. Propuesto por los papas para oponerse a los descendientes de Federico II en Sicilia.
320. Provincia de Francia que ha sido más una unidad política que geográfica. Sus fronteras coincidían aproximadamente con las del actual departamento del Maine y Loira.
321. Provenza. País occitano limitado al oeste por los territorios del Languedoc, al este por la Liguria y el Piamonte, al norte por el Delfinado y al sur por el mediterráneo. El conde de Provenza al que se refiere es Ramón Berenguer V, padre de Margarita, esposa de Luís IX de Francia, y de Beatriz esposa de Carlos I de Nápoles, otras dos hijas suyas fueron Eleonor esposa de Enrique III de Inglaterra y Sancha esposa de Ricardo de Inglaterra.
1 comentari:
¡Ese discurso, ya!
¡Y lo que no consiga el diablo!
Paz, amigo.
Daniel.
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