4
Bien, no llamaban a Jack Tighe en vano el Indomable. Claro que en aquella época aún no le llamaban así. Eso vino después; pero forma parte de otra historia. Tighe había demostrado ya las cualidades que le hicieron grande.
-Tiene que haber alguna manera de acabar con esta situación –afirmó, al tiempo que golpeaba enérgicamente la mesa con sus puños-. Tiene que haberla.
El Estado Mayor de la Comisión de Actividades se lamía en silencio las heridas recibidas, mirándole fijamente.
-Miren, muchachos –añadió Tighe, razonador-, los hombres construyeron esas máquinas. ¡Los hombres han de poder detenerlas!
Bill Cossett esperó que alguien más hablara. Nadie lo hizo.
-¿De qué manera va a ser posible eso, señor presidente? –preguntó, deseando no haber tenido que ser él quien planteara la cuestión.
Tighe contempló mohino y silencioso el exterior desde una de las ventanas del Pentágono.
-Podría decírnoslo, señor, porque nosotros, desde luego, no damos con ella –continuó Cossett-. No nos es posible penetrar en el interior de la fábrica..., ¡ya lo hemos intentado! Es imposible volar los cargamentos a medida que salen los camiones..., ¡también lo hemos probado! No es posible interrumpir el suministro de energía, porque la producen en el interior, y éste está fuera de nuestros alcances. ¿Qué nos queda? El computador tiene más recursos que nosotros, eso es todo.
-Pero debe haber un medio –afirmó, obstinado, Jack Tighe, y se agitó, inquieto, en su sillón de cuero.
No es que no estuviera acostumbrado a semejantes situaciones de responsabilidad, desde luego que no. ¿No había estado trabajando en la Sección Planificadora de Yust & Ruminant? Pero regir a un país entero es un asunto muy diferente.
Marlene Groshawk tosió ligeramente para atraer la atención del presidente.
-Señor presidente –insinuó la muchacha.
(Ya recordarán quién era Marlene Groshawk. Todo el mundo la recuerda.)
-Después, Marlene, después –respondió Tighe, irritado-. ¿No ves que estas cosas me tienen muy preocupado?
-Pero es que se relaciona con ello, señor Tighe –afirmó ella-. Quiero decir que es precisamente de esto de lo que quisiera hablarle.
Se colocó las gafas en sus bellas naricitas y consultó unas notas que tenía ante sí. También ella había recorrido un largo camino desde sus tiempos de Taquígrafa Pública en el Recodo de Pung, y no había sido siempre un camino ascendente. Aunque no cabe duda de que era un alto honor ser la secretaria privada del viejo Jack Tighe.
-Lo tengo todo anotado aquí, señor Tighe –continuó diciendo-. Se ha probado el empleo de la fuerza bruta, señor, y se ha probado, así mismo, la sutileza y el ingenio. Bien, lo que yo misma me pregunto es lo siguiente: ¿Qué es lo que habría hecho en un caso semejante ese viejo detective de la televisión, Sherlock Holmes?
Se quitó las gafas y miró fija y pensativamente alrededor de la habitación.
El coronel Commaigne estalló:
-¡Podríamos haber muerto todos nosotros! Pero esto no es lo que más me hubiera importado, señor Tighe. Mi mayor dolor es haber fracasado.
Marlene no hizo caso de la interrupción:
-Así, pues, lo que sugiero yo...
-Yo no puedo regresar a casa y enfrentarme con mi esposa –la interrumpió Bill Cossett-. Ni todos esos Buicks...
-Lo que Sherl...
-¡Daremos con ello! –gruñó el presidente-. Confíen en mí. Y ahora, a menos que alguien tenga alguna sugerencia que hacer, supongo que lo mejor será aplazar esta reunión. Dios sabe que no hemos conseguido gran cosa. Pero puede que nos ayude algo el meditar acerca de ello esta noche en la cama. ¿Alguna objeción?
Marlene Groshawk alzó una mano
-Señor Tighe, ¿señor?
-¿Eh? Marlene. Bien, ¿qué es ello?
-Sherlock Holmes -dijo triunfalmente- hubiera conseguido entrar porque se habría disfrazado- ¡Eso es! Ahora que se lo he dicho estoy seguro de que lo verán tan claro como la punta de su propia nariz, ¿no?
Tighe respiró hondo. Agitó la cabeza, y aconsejó, con paciencia verdaderamente extraordinaria:
-Marlene, por favor, manténgase dedicada a su taquigrafía. Y deje el resto para nosotros.
-Pero, de verdad, señor, creo que mi idea es buena. Quiero decir que las materias primas, al menos algunas materias primas, entran en la fábrica, ¿no es verdad, señor?
-¿Y bien?
-Así, pues, supongamos –insinuó, golpeándose ligeramente con su lapicero los blancos dientes de su bonita boca, en un gesto enigmático-. Supongamos que ustedes se disfrazan; se hacen pasar por materias primas. Yo no digo que traten de penetrar en la fábrica a la fuerza, desde luego que no. Mi idea es que permitan que la fábrica salga y les coja, por así decirlo. ¿Qué les parece?
Jack Tighe era un hombre grande y lleno de sabiduría, pero tenía demasiadas cosas que ocupaban su mente.
-¡Marlene! –gritó-. ¿Qué es lo que le pasa? Esa es la idea más loca que..., más loca... –vaciló-, la cosa más loca que he visto que se le ocurriera... –carraspeó-; es una locura. ¿Qué quiere decir con eso de disfrazarse?
-Pues eso precisamente, señor. Disfrazarse. Hacerse pasar por materias primas –afirmó la muchacha.
Jack Tighe permaneció silencioso durante un momento.
De pronto, golpeó con los puños la superficie de la mesa.
-¡Cielo santo! –exclamó-. ¡Creo que ha dado con ello! ¡Capitán Margate! ¿Dónde está el capitán Margate? ¡Usted, Commaigne! Salga al momento y traiga a mi presencia al capitán Margate, pronto.
-Tiene que haber alguna manera de acabar con esta situación –afirmó, al tiempo que golpeaba enérgicamente la mesa con sus puños-. Tiene que haberla.
El Estado Mayor de la Comisión de Actividades se lamía en silencio las heridas recibidas, mirándole fijamente.
-Miren, muchachos –añadió Tighe, razonador-, los hombres construyeron esas máquinas. ¡Los hombres han de poder detenerlas!
Bill Cossett esperó que alguien más hablara. Nadie lo hizo.
-¿De qué manera va a ser posible eso, señor presidente? –preguntó, deseando no haber tenido que ser él quien planteara la cuestión.
Tighe contempló mohino y silencioso el exterior desde una de las ventanas del Pentágono.
-Podría decírnoslo, señor, porque nosotros, desde luego, no damos con ella –continuó Cossett-. No nos es posible penetrar en el interior de la fábrica..., ¡ya lo hemos intentado! Es imposible volar los cargamentos a medida que salen los camiones..., ¡también lo hemos probado! No es posible interrumpir el suministro de energía, porque la producen en el interior, y éste está fuera de nuestros alcances. ¿Qué nos queda? El computador tiene más recursos que nosotros, eso es todo.
-Pero debe haber un medio –afirmó, obstinado, Jack Tighe, y se agitó, inquieto, en su sillón de cuero.
No es que no estuviera acostumbrado a semejantes situaciones de responsabilidad, desde luego que no. ¿No había estado trabajando en la Sección Planificadora de Yust & Ruminant? Pero regir a un país entero es un asunto muy diferente.
Marlene Groshawk tosió ligeramente para atraer la atención del presidente.
-Señor presidente –insinuó la muchacha.
(Ya recordarán quién era Marlene Groshawk. Todo el mundo la recuerda.)
-Después, Marlene, después –respondió Tighe, irritado-. ¿No ves que estas cosas me tienen muy preocupado?
-Pero es que se relaciona con ello, señor Tighe –afirmó ella-. Quiero decir que es precisamente de esto de lo que quisiera hablarle.
Se colocó las gafas en sus bellas naricitas y consultó unas notas que tenía ante sí. También ella había recorrido un largo camino desde sus tiempos de Taquígrafa Pública en el Recodo de Pung, y no había sido siempre un camino ascendente. Aunque no cabe duda de que era un alto honor ser la secretaria privada del viejo Jack Tighe.
-Lo tengo todo anotado aquí, señor Tighe –continuó diciendo-. Se ha probado el empleo de la fuerza bruta, señor, y se ha probado, así mismo, la sutileza y el ingenio. Bien, lo que yo misma me pregunto es lo siguiente: ¿Qué es lo que habría hecho en un caso semejante ese viejo detective de la televisión, Sherlock Holmes?
Se quitó las gafas y miró fija y pensativamente alrededor de la habitación.
El coronel Commaigne estalló:
-¡Podríamos haber muerto todos nosotros! Pero esto no es lo que más me hubiera importado, señor Tighe. Mi mayor dolor es haber fracasado.
Marlene no hizo caso de la interrupción:
-Así, pues, lo que sugiero yo...
-Yo no puedo regresar a casa y enfrentarme con mi esposa –la interrumpió Bill Cossett-. Ni todos esos Buicks...
-Lo que Sherl...
-¡Daremos con ello! –gruñó el presidente-. Confíen en mí. Y ahora, a menos que alguien tenga alguna sugerencia que hacer, supongo que lo mejor será aplazar esta reunión. Dios sabe que no hemos conseguido gran cosa. Pero puede que nos ayude algo el meditar acerca de ello esta noche en la cama. ¿Alguna objeción?
Marlene Groshawk alzó una mano
-Señor Tighe, ¿señor?
-¿Eh? Marlene. Bien, ¿qué es ello?
-Sherlock Holmes -dijo triunfalmente- hubiera conseguido entrar porque se habría disfrazado- ¡Eso es! Ahora que se lo he dicho estoy seguro de que lo verán tan claro como la punta de su propia nariz, ¿no?
Tighe respiró hondo. Agitó la cabeza, y aconsejó, con paciencia verdaderamente extraordinaria:
-Marlene, por favor, manténgase dedicada a su taquigrafía. Y deje el resto para nosotros.
-Pero, de verdad, señor, creo que mi idea es buena. Quiero decir que las materias primas, al menos algunas materias primas, entran en la fábrica, ¿no es verdad, señor?
-¿Y bien?
-Así, pues, supongamos –insinuó, golpeándose ligeramente con su lapicero los blancos dientes de su bonita boca, en un gesto enigmático-. Supongamos que ustedes se disfrazan; se hacen pasar por materias primas. Yo no digo que traten de penetrar en la fábrica a la fuerza, desde luego que no. Mi idea es que permitan que la fábrica salga y les coja, por así decirlo. ¿Qué les parece?
Jack Tighe era un hombre grande y lleno de sabiduría, pero tenía demasiadas cosas que ocupaban su mente.
-¡Marlene! –gritó-. ¿Qué es lo que le pasa? Esa es la idea más loca que..., más loca... –vaciló-, la cosa más loca que he visto que se le ocurriera... –carraspeó-; es una locura. ¿Qué quiere decir con eso de disfrazarse?
-Pues eso precisamente, señor. Disfrazarse. Hacerse pasar por materias primas –afirmó la muchacha.
Jack Tighe permaneció silencioso durante un momento.
De pronto, golpeó con los puños la superficie de la mesa.
-¡Cielo santo! –exclamó-. ¡Creo que ha dado con ello! ¡Capitán Margate! ¿Dónde está el capitán Margate? ¡Usted, Commaigne! Salga al momento y traiga a mi presencia al capitán Margate, pronto.
* * * * * * * * * *
Bill Cossett deslizó unas monedas en la ranura y esperó que le pusieran en comunicación con su esposa, en Rantoul.
La imagen de ella adquirió forma en la pantalla del videófono. Sus rizos aparecían nítidamente, al igual que el desvaído color de la bata que tanto le gustaba llevar cuando trajinaba por la casa. Pero, a pesar de todo, todavía resultaba atractiva:
-¿Bill? ¿Eres tú? ¡Pero si el operador ha dicho que la conferencia era de Farmingdale!
-Es ahí donde me encuentro, Essie. Nosotros, ¡hum!, vamos a intentar algo. -¿Cómo decir algo semejante sin parecer heroico? Era difícil de conseguir lo que se proponía, se necesitaba verdadera distinción y diplomacia para conseguir que su mujer pensara de él que era un héroe, y al mismo tiempo no pensar que él pensaba lo mismo-. Vamos a intentar... bien, vamos a intentar deslizarnos dentro de las cavernas de aquí.
-¿Deslizaros? –su voz se hizo desgarradora-. ¡Bill Cossett! Esas fábricas son peligrosas. ¡Me prometiste que no te meterías en ningún jaleo cuando te permití que marcharas al Este!
-Vamos, Essie, vamos –trató de calmarla-. Por favor, Essie. Te aseguro que no pasará nada... Eso es lo que quiero creer yo mismo...
-¿Lo que crees? ¡Bill, dime exactamente lo que te propones hacer.
-¡No, no puedo! –afirmó presa de un pánico repentino, contemplando el videófono como si se tratara de un enemigo-. Están en todas partes, compréndelo. Las máquinas, quiero decir. No puedo hablarte de esto por el videófono...
-¡Bill!
-Pero, si es la verdad... Lo hemos descubierto. La Electro-Mecánica Nacional ha excavado un túnel profundo que va desde este lugar hasta las instalaciones de la General Motors, en Detroit. Para el transporte de los camiones y cosas por el estilo. Obtienen las piezas de sus computadores de Philco, en Filadelfia. ¿Cómo voy a saber yo si no ocurre lo mismo con el videófono? No –la interrumpió una vez más cuando intentaba sonsacarle cuáles eran sus intenciones para lograr deslizarse en el interior de la fábrica-. Por favor, Essie. ¡No me preguntes nada! ¿Cómo se encuentran los pequeños? ¿Chuck?
-Sí. Un poco de piel de las rodillas, nada de importancia. Pero, Bill, por favor, no debes de...
-¿Y Tommy?
-El Doctor dice que es solamente una ligera alergia. Pero yo no voy a permi...
-¿Y Dan?
Ella frunció el entrecejo:
-He tenido que darle de azotes cinco veces ayer –respondió, lo que, evidentemente, era una exageración.
Pero, por lo menos, había dejado de hacer preguntas; su esposa le proporcionó una relación de platos rotos, cantidades de leche derramada, botones de chaquetas perdidos y zapatos desatados. Bill consiguió respirar de nuevo.
Porque lo que había dicho a su esposa era la verdad; de repente, se había sentido mortalmente atemorizado de que las extensas líneas del videófono automático pudieran estar controladas por sus hermanos electrónicos de las fábricas. ¡No había la menor necesidad de proporcionar información al enemigo respecto a los proyectos que habían forjado para combatirle!
Consiguió terminar la conferencia videofónica sin revelar su secreto, y marchó directamente desde la cabina al puesto de mando del coronel Commaigne.
Los héroes surgen en las más variadas circunstancias y formas, pero nunca se le había ocurrido a Cossett, depositario exclusivo de la Casa Buick, que un vendedor de automóviles, como un general, tiene, en ocasiones, que ofrecer su vida en el campo de batalla.
La imagen de ella adquirió forma en la pantalla del videófono. Sus rizos aparecían nítidamente, al igual que el desvaído color de la bata que tanto le gustaba llevar cuando trajinaba por la casa. Pero, a pesar de todo, todavía resultaba atractiva:
-¿Bill? ¿Eres tú? ¡Pero si el operador ha dicho que la conferencia era de Farmingdale!
-Es ahí donde me encuentro, Essie. Nosotros, ¡hum!, vamos a intentar algo. -¿Cómo decir algo semejante sin parecer heroico? Era difícil de conseguir lo que se proponía, se necesitaba verdadera distinción y diplomacia para conseguir que su mujer pensara de él que era un héroe, y al mismo tiempo no pensar que él pensaba lo mismo-. Vamos a intentar... bien, vamos a intentar deslizarnos dentro de las cavernas de aquí.
-¿Deslizaros? –su voz se hizo desgarradora-. ¡Bill Cossett! Esas fábricas son peligrosas. ¡Me prometiste que no te meterías en ningún jaleo cuando te permití que marcharas al Este!
-Vamos, Essie, vamos –trató de calmarla-. Por favor, Essie. Te aseguro que no pasará nada... Eso es lo que quiero creer yo mismo...
-¿Lo que crees? ¡Bill, dime exactamente lo que te propones hacer.
-¡No, no puedo! –afirmó presa de un pánico repentino, contemplando el videófono como si se tratara de un enemigo-. Están en todas partes, compréndelo. Las máquinas, quiero decir. No puedo hablarte de esto por el videófono...
-¡Bill!
-Pero, si es la verdad... Lo hemos descubierto. La Electro-Mecánica Nacional ha excavado un túnel profundo que va desde este lugar hasta las instalaciones de la General Motors, en Detroit. Para el transporte de los camiones y cosas por el estilo. Obtienen las piezas de sus computadores de Philco, en Filadelfia. ¿Cómo voy a saber yo si no ocurre lo mismo con el videófono? No –la interrumpió una vez más cuando intentaba sonsacarle cuáles eran sus intenciones para lograr deslizarse en el interior de la fábrica-. Por favor, Essie. ¡No me preguntes nada! ¿Cómo se encuentran los pequeños? ¿Chuck?
-Sí. Un poco de piel de las rodillas, nada de importancia. Pero, Bill, por favor, no debes de...
-¿Y Tommy?
-El Doctor dice que es solamente una ligera alergia. Pero yo no voy a permi...
-¿Y Dan?
Ella frunció el entrecejo:
-He tenido que darle de azotes cinco veces ayer –respondió, lo que, evidentemente, era una exageración.
Pero, por lo menos, había dejado de hacer preguntas; su esposa le proporcionó una relación de platos rotos, cantidades de leche derramada, botones de chaquetas perdidos y zapatos desatados. Bill consiguió respirar de nuevo.
Porque lo que había dicho a su esposa era la verdad; de repente, se había sentido mortalmente atemorizado de que las extensas líneas del videófono automático pudieran estar controladas por sus hermanos electrónicos de las fábricas. ¡No había la menor necesidad de proporcionar información al enemigo respecto a los proyectos que habían forjado para combatirle!
Consiguió terminar la conferencia videofónica sin revelar su secreto, y marchó directamente desde la cabina al puesto de mando del coronel Commaigne.
Los héroes surgen en las más variadas circunstancias y formas, pero nunca se le había ocurrido a Cossett, depositario exclusivo de la Casa Buick, que un vendedor de automóviles, como un general, tiene, en ocasiones, que ofrecer su vida en el campo de batalla.
* * * * * * * * * *
-El Puesto de Mando zumbaba de agitación y movimiento; lo que resulta bastante natural, ya que se trataba de un proyecto al cual bien podían habérsele dedicado todos los recursos de los Estados Unidos de América.
Y el esfuerzo comenzaba a dar resultados. Bill Cossett se presentó en un escenario lleno de excitación. El coronel Commaigne escuchaba al excitado capitán Margate, en tanto que el resto del destacamento escuchaba con atención.
Margate, como Bill Cossett supo, era el experto de Jack Tighe en materias primas y similares. Un buen sujeto, pensó Cossett. Y lo mismo podía decirse del coronel Commaigne; quien, además, era un valiente probado. Y en cuanto a esa muchacha, Marlene Groshawk, que también era de la partida..., bien a Essie no le hubiera gustado saberlo. Pero era cumpliendo órdenes, y el deber... Y ¿lo comprenden?, también prometía que la cosa sería más divertida con ella pisándoles los talones.
Abandonó sus pensamientos para concentrarse únicamente en el problema de conseguir introducirse en el interior de la Electro-Mecánica Nacional.
-¡Lo encontré! ¡He dado con ello! –gritó alborozadamente el capitán Margate-. ¡Lo he encontrado! Los geólogos pensarían –dijo moviendo la cabeza, con asombro- que no existe carbón bajo la superficie de Long Island, pero confiamos en las máquinas. Ellas sabían más. Dimos con él.
-¿Carbón? –preguntó el coronel Commaigne, enarcando las cejas.
-Sí, mi coronel –asintió el capitán, con la cabeza al mismo tiempo que con la voz-. Carbón. La mejor clase de material en bruto para su disfraz.
-¿Disfraz?
-Así es, mi coronel
-¿Quiere decir como grandes bloques de carbón
-Como grandes bloques de materias orgánicas, mejor –respondió el capitán en tono alegre-. La máquina, después de todo, no se dará cuenta de ello. El carbón es... hidrocarbonos, ¡oh!, algo parecido. A la máquina no le importarán unas cuantas excentricidades. ¡Vaya! –continuó diciendo acaloradamente- La máquina les aceptaría aun cuando ustedes fueran mucho más impuros de lo que son en realidad.
Marlene Gorshawk dio unas cuantas pataditas de impaciencia en el suelo.
-¡Capitán!
-Quiero decir químicamente hablando, señorita Groshawk, se lo aseguro –se apresuró a decir el capitán, disculpándose, y comenzó a preparar sus disfraces.
Bill Cossett se pasó la mano por el cuello:
Imagine una cosa, capitán. Supongamos que la fábrica nos descubre... Que nos descubre y nos coge...
-¡Ya lo hago, señor Cossett! ¡Esa es precisamente la idea!
-Quiero decir que suponga que descubre que no somos tal carbón.
-El capitán Margate alzó la mirada pensativamente de los botes de cremas y polvillo carbonífero sobre los que la tenía fijada.
-Eso –comenzó a decir- sería muy embarazoso para todos ustedes. No sé con exactitud lo que ocurriría, pero... –se encogió de hombros-. Sin embargo, no es lo peor que podría sucederles –añadió despreocupado-. Sería mucho peor que no descubrieran nunca que no son ustedes tales bloques de materias orgánicas.
-¿Quiere decir...? –a Marlene se le hizo difícil la respiración-. Seríamos...
El capitán Margate asintió:
No cabe duda de que serían utilizados y transformados como si de verdad se tratara de materiales orgánicos. Y –añadió con galantería- puedo asegurarle que usted haría una hornada de plástico muy hermosa, señorita Groshawk.
Y el esfuerzo comenzaba a dar resultados. Bill Cossett se presentó en un escenario lleno de excitación. El coronel Commaigne escuchaba al excitado capitán Margate, en tanto que el resto del destacamento escuchaba con atención.
Margate, como Bill Cossett supo, era el experto de Jack Tighe en materias primas y similares. Un buen sujeto, pensó Cossett. Y lo mismo podía decirse del coronel Commaigne; quien, además, era un valiente probado. Y en cuanto a esa muchacha, Marlene Groshawk, que también era de la partida..., bien a Essie no le hubiera gustado saberlo. Pero era cumpliendo órdenes, y el deber... Y ¿lo comprenden?, también prometía que la cosa sería más divertida con ella pisándoles los talones.
Abandonó sus pensamientos para concentrarse únicamente en el problema de conseguir introducirse en el interior de la Electro-Mecánica Nacional.
-¡Lo encontré! ¡He dado con ello! –gritó alborozadamente el capitán Margate-. ¡Lo he encontrado! Los geólogos pensarían –dijo moviendo la cabeza, con asombro- que no existe carbón bajo la superficie de Long Island, pero confiamos en las máquinas. Ellas sabían más. Dimos con él.
-¿Carbón? –preguntó el coronel Commaigne, enarcando las cejas.
-Sí, mi coronel –asintió el capitán, con la cabeza al mismo tiempo que con la voz-. Carbón. La mejor clase de material en bruto para su disfraz.
-¿Disfraz?
-Así es, mi coronel
-¿Quiere decir como grandes bloques de carbón
-Como grandes bloques de materias orgánicas, mejor –respondió el capitán en tono alegre-. La máquina, después de todo, no se dará cuenta de ello. El carbón es... hidrocarbonos, ¡oh!, algo parecido. A la máquina no le importarán unas cuantas excentricidades. ¡Vaya! –continuó diciendo acaloradamente- La máquina les aceptaría aun cuando ustedes fueran mucho más impuros de lo que son en realidad.
Marlene Gorshawk dio unas cuantas pataditas de impaciencia en el suelo.
-¡Capitán!
-Quiero decir químicamente hablando, señorita Groshawk, se lo aseguro –se apresuró a decir el capitán, disculpándose, y comenzó a preparar sus disfraces.
Bill Cossett se pasó la mano por el cuello:
Imagine una cosa, capitán. Supongamos que la fábrica nos descubre... Que nos descubre y nos coge...
-¡Ya lo hago, señor Cossett! ¡Esa es precisamente la idea!
-Quiero decir que suponga que descubre que no somos tal carbón.
-El capitán Margate alzó la mirada pensativamente de los botes de cremas y polvillo carbonífero sobre los que la tenía fijada.
-Eso –comenzó a decir- sería muy embarazoso para todos ustedes. No sé con exactitud lo que ocurriría, pero... –se encogió de hombros-. Sin embargo, no es lo peor que podría sucederles –añadió despreocupado-. Sería mucho peor que no descubrieran nunca que no son ustedes tales bloques de materias orgánicas.
-¿Quiere decir...? –a Marlene se le hizo difícil la respiración-. Seríamos...
El capitán Margate asintió:
No cabe duda de que serían utilizados y transformados como si de verdad se tratara de materiales orgánicos. Y –añadió con galantería- puedo asegurarle que usted haría una hornada de plástico muy hermosa, señorita Groshawk.
1 comentari:
Creo que es la primera vez que espero con ansía leer más,,,,
GRACIAS, BESITOS
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