Però, podran reeixir contra les forces de la industria?. Aquest segon conte, comença on va acabar l'anterior.
EL MANTENIMIENTO DE LA PAZ
Frederik Pohl
Del llibre "El Devorador del Món"(The man who ate the World) traduït de l'anglès al castellà per a Editorial Aguilar per Manuel G. Volpini.
1
Después que el viejo Tighe conquistó el país...
(¡Ahora, escuchen! Todo eso ya se lo he contado. No me importunen más con la misma historia una y otra vez. Ustedes ya recuerdan la Gran Marcha desde las arenas del Recodo de Pung hasta el Pentágono, y como el honrado Jack Tighe, el Padre de la Segunda República, triunfó sobre el poderío masivo de la nación más grande de la Tierra, con una escopeta de caza y una carabina del 22. ¡Naturalmente que lo recuerdan!)
Sea como fuere, una vez que el viejo Tigghe conquistó el país, las cosas fueron estupendamente durante algún tiempo.
¡Era un tiempo muy agradable y de verdadero esplendor! El viejo Tighe cambió el mundo. Se llevó un jarro de fuerte café negro bien cargado a su habitación –estaba instalado en el Estudio de Lincoln, como se llamaba en aquella época; ahora, naturalmente, se llama el Dormitorio de Tighe- y se pasó toda una noche en vela, escribiendo. Cuando los sirvientes llegaron por la mañana, se preguntaron, sorprendidos, qué le habría tenido despierto toda la noche. Bien, allí estaba la Ley de Errores.
Vean si les es posible recordarla. Todo el mundo la aprendió de memoria. Seguro que usted también lo hizo:
(¡Ahora, escuchen! Todo eso ya se lo he contado. No me importunen más con la misma historia una y otra vez. Ustedes ya recuerdan la Gran Marcha desde las arenas del Recodo de Pung hasta el Pentágono, y como el honrado Jack Tighe, el Padre de la Segunda República, triunfó sobre el poderío masivo de la nación más grande de la Tierra, con una escopeta de caza y una carabina del 22. ¡Naturalmente que lo recuerdan!)
Sea como fuere, una vez que el viejo Tigghe conquistó el país, las cosas fueron estupendamente durante algún tiempo.
¡Era un tiempo muy agradable y de verdadero esplendor! El viejo Tighe cambió el mundo. Se llevó un jarro de fuerte café negro bien cargado a su habitación –estaba instalado en el Estudio de Lincoln, como se llamaba en aquella época; ahora, naturalmente, se llama el Dormitorio de Tighe- y se pasó toda una noche en vela, escribiendo. Cuando los sirvientes llegaron por la mañana, se preguntaron, sorprendidos, qué le habría tenido despierto toda la noche. Bien, allí estaba la Ley de Errores.
Vean si les es posible recordarla. Todo el mundo la aprendió de memoria. Seguro que usted también lo hizo:
1. EL PRIMER ERROR QUE DEBEMOS SUPRIMIR ES LA VENTA FORZOSA DE MERCANCIAS. EN EL FUTURO, NADIE VENDERÁ MERCANCÍAS. A LOS VENDEDORES SE LES PERMITIRÁ ÚNICAMENTE QUE SU CLIENTELA LES COMPRE.
2. EL SEGUNDO ERROR QUE DEBE SER ABOLIDO ES LA PUBLICIDAD. TODAS LAS CARTELERAS ANUNCIADORAS SERÁN DERRIBADAS INMEDIATAMENTE. LOS PERIÓDICOS Y REVISTAS CONFINARÁN SU ESPACIO A LAS NOTICIAS Y ANUNCIOS PAGADOS A DOS CENTÍMETROS POR PÁGINA, Y ESTOS NO PODRÁN TENER ILUSTRACIONES.
3. EL TERCER ERROR QUE DEBE SER ABOLIDO, IGUALMENTE, SON LOS ANUNCIOS COMERCIALES RADIADOS, TELEVISADOS... TODO AQUEL QUE UTILICE O TRATE DE UTILIZAR EL AIRE O EL TIEMPO DEL SEÑOR PARA IMPULSAR LA VENTA DE CUALQUIER CLASE DE ARTÍCULO ES UN ENEMIGO DEL PUEBLO, Y POR ELLO SERÁ DESTERRADO A LA ANTÁRTIDA... POR LO MENOS.
2. EL SEGUNDO ERROR QUE DEBE SER ABOLIDO ES LA PUBLICIDAD. TODAS LAS CARTELERAS ANUNCIADORAS SERÁN DERRIBADAS INMEDIATAMENTE. LOS PERIÓDICOS Y REVISTAS CONFINARÁN SU ESPACIO A LAS NOTICIAS Y ANUNCIOS PAGADOS A DOS CENTÍMETROS POR PÁGINA, Y ESTOS NO PODRÁN TENER ILUSTRACIONES.
3. EL TERCER ERROR QUE DEBE SER ABOLIDO, IGUALMENTE, SON LOS ANUNCIOS COMERCIALES RADIADOS, TELEVISADOS... TODO AQUEL QUE UTILICE O TRATE DE UTILIZAR EL AIRE O EL TIEMPO DEL SEÑOR PARA IMPULSAR LA VENTA DE CUALQUIER CLASE DE ARTÍCULO ES UN ENEMIGO DEL PUEBLO, Y POR ELLO SERÁ DESTERRADO A LA ANTÁRTIDA... POR LO MENOS.
¡Vaya, era la receta especial para una nueva Edad Dorada! Y esto fue lo que sucedió. Y resultó sorprendente la forma con que recibió la buena nueva el pueblo. ¡Qué modo de celebrarlo!
Excepto..., bien, quedaba el asunto de las fábricas subterráneas.
Excepto..., bien, quedaba el asunto de las fábricas subterráneas.
* * * * * * * * * *
Por ejemplo, hubo un hombre llamado Cossett. Su nombre de pila era Archibald, pero no es necesario que se atormente recordándolo; su esposa tenía un estómago muy fuerte, pero ese nombre era más de lo que podía soportar, por lo que la mayor parte de las veces le llamaba Bill. El matrimonio tenía tres descendientes –varones los tres- llamados Chuck, Dan y Tommy, y la señora Cosset se consideraba a sí misma bien situada.
Una mañana habló a su esposo de esta manera:
-Bill, me encanta la forma con que el Honrado Jack Tighe ha arreglado las cosas. ¿Recuerdas cómo era todo antes? ¿Lo recuerdas, Bill? Y ahora..., bien, mira. ¿No observas nada especial?
-¿Qué? –preguntó Cossett, gruñendo.
-Sí, hombre, sí. Tu desayuno, Bill –respondió Essie Cossett-. ¿No te gusta?
Bill Cossett miró ligeamente a su desayuno. Jugo de naranjas, tostadas, café. Suspiró.
-¡Bill! –exclamó la señora-. ¡Te he preguntado si te gusta!
-Lo estoy tomando, ¿no? ¿Cuándo he tenido una cosa diferente para desayunar?
-Nunca, cariño –respondió suavemente su esposa-. Siempre has tomado el mismo desayuno. Pero ¿no has notado que la tostada está quemada?
Cosset dio un pequeño mordisco a la tostada, sin la menor emoción:
-Pues es verdad –comentó.
-Y el café se puede tomar. Y lo mismo sucede con el zumo de naranjas.
Cossett respondió con irritación:
-Essie, es un gran zumo de naranjas. Lo recordaré eternamente...
-Bill –estalló la señora Cossett-, no es posible que te diga alguna cosa por la mañana sin que te muestres completamente fuera de...
-¡Essie! –gritó todavía más fuerte su esposo-: ¡He pasado una mala noche! –y la miró fijamente unos instantes. Era un hombre todavía joven, de buen aspecto, un excelente padre, celoso de su hogar y de los suyos; pero se encontraba en aquel momento con la paciencia a punto de agotársele-. ¡No he dormido en toda la noche! ¡Ni siquiera he pegado ojo! Despierto, y dando vueltas y más vueltas, preocupado, preocupado... ¡Lo siento! –gritó finalmente, intimidando a su esposa para que aceptara sus excusas.
-Pero yo solo...
-¡Essie!
La señora Cossett se sintió ofendida. Sus labios temblaron en tanto que los ojos se le humedecían. Su esposo, a la vista de todos estos signos, aceptó la derrota.
Se dejó caer otra vez sobre la silla en tanto que ella decía, humildemente:
-Solo deseaba decirte que te dieras cuenta de que el desayuno no estaba como en otras ocasiones. Pero eres tan susceptible... Bill, lo que quiero decir es... –añadió precipitadamente- ¿recuerdas cómo era todo antes que Jack Tighe nos liberara? ¿Cuándo cada mes teníamos que comprar una nueva máquina para tostar el pan, y a veces era preciso hacer las tostadas una por una para alcanzar el dorado perfecto de la tostada, valiéndose de los menos dos interruptores, mientras que el modelo siguiente tenía un Ojo mágico siempre atento, que hacía por ti todas las operaciones¿ ¿O aquella cafetera que trajiste el mes de junio, con filtro automático, en la que había que poner el café tal y como lo venden, mientras que en la que compramos en septiembre, para reemplazarla, había que moler antes el café? Y ahora... –continuó con tono triunfal, olvidando su momentánea irritación-. ¡Ahora tenemos los mismos utensilios durante más de seis meses! ¡He tenido tiempo de aprender su manejo! ¡Puedo conservarlos hasta que se gasten! Y cuando esto suceda, o bien se estropee por alguna causa, de quererlo así, puedo comprar otra del mismo modelo, exactamente el mismo. ¡Bill –se le saltaron las lágrimas-, cariño! ¿Cómo era posible que nos las pudiéramos arreglar antiguamente, antes que Jack Tighe nos gobernara?
Su esposo separó la silla de la mesa y se quedó mirándola en silencio durante largo rato.
Luego se puso en pie, y tomando el sobrero, gimió:
-¡Ah! ¿Quién puede pensar en comer? –y abandonó rápidamente la casa para dirigirse al lugar donde trabajaba.
El anuncio sobre la fachada de su establecimiento rezaba así:
Una mañana habló a su esposo de esta manera:
-Bill, me encanta la forma con que el Honrado Jack Tighe ha arreglado las cosas. ¿Recuerdas cómo era todo antes? ¿Lo recuerdas, Bill? Y ahora..., bien, mira. ¿No observas nada especial?
-¿Qué? –preguntó Cossett, gruñendo.
-Sí, hombre, sí. Tu desayuno, Bill –respondió Essie Cossett-. ¿No te gusta?
Bill Cossett miró ligeamente a su desayuno. Jugo de naranjas, tostadas, café. Suspiró.
-¡Bill! –exclamó la señora-. ¡Te he preguntado si te gusta!
-Lo estoy tomando, ¿no? ¿Cuándo he tenido una cosa diferente para desayunar?
-Nunca, cariño –respondió suavemente su esposa-. Siempre has tomado el mismo desayuno. Pero ¿no has notado que la tostada está quemada?
Cosset dio un pequeño mordisco a la tostada, sin la menor emoción:
-Pues es verdad –comentó.
-Y el café se puede tomar. Y lo mismo sucede con el zumo de naranjas.
Cossett respondió con irritación:
-Essie, es un gran zumo de naranjas. Lo recordaré eternamente...
-Bill –estalló la señora Cossett-, no es posible que te diga alguna cosa por la mañana sin que te muestres completamente fuera de...
-¡Essie! –gritó todavía más fuerte su esposo-: ¡He pasado una mala noche! –y la miró fijamente unos instantes. Era un hombre todavía joven, de buen aspecto, un excelente padre, celoso de su hogar y de los suyos; pero se encontraba en aquel momento con la paciencia a punto de agotársele-. ¡No he dormido en toda la noche! ¡Ni siquiera he pegado ojo! Despierto, y dando vueltas y más vueltas, preocupado, preocupado... ¡Lo siento! –gritó finalmente, intimidando a su esposa para que aceptara sus excusas.
-Pero yo solo...
-¡Essie!
La señora Cossett se sintió ofendida. Sus labios temblaron en tanto que los ojos se le humedecían. Su esposo, a la vista de todos estos signos, aceptó la derrota.
Se dejó caer otra vez sobre la silla en tanto que ella decía, humildemente:
-Solo deseaba decirte que te dieras cuenta de que el desayuno no estaba como en otras ocasiones. Pero eres tan susceptible... Bill, lo que quiero decir es... –añadió precipitadamente- ¿recuerdas cómo era todo antes que Jack Tighe nos liberara? ¿Cuándo cada mes teníamos que comprar una nueva máquina para tostar el pan, y a veces era preciso hacer las tostadas una por una para alcanzar el dorado perfecto de la tostada, valiéndose de los menos dos interruptores, mientras que el modelo siguiente tenía un Ojo mágico siempre atento, que hacía por ti todas las operaciones¿ ¿O aquella cafetera que trajiste el mes de junio, con filtro automático, en la que había que poner el café tal y como lo venden, mientras que en la que compramos en septiembre, para reemplazarla, había que moler antes el café? Y ahora... –continuó con tono triunfal, olvidando su momentánea irritación-. ¡Ahora tenemos los mismos utensilios durante más de seis meses! ¡He tenido tiempo de aprender su manejo! ¡Puedo conservarlos hasta que se gasten! Y cuando esto suceda, o bien se estropee por alguna causa, de quererlo así, puedo comprar otra del mismo modelo, exactamente el mismo. ¡Bill –se le saltaron las lágrimas-, cariño! ¿Cómo era posible que nos las pudiéramos arreglar antiguamente, antes que Jack Tighe nos gobernara?
Su esposo separó la silla de la mesa y se quedó mirándola en silencio durante largo rato.
Luego se puso en pie, y tomando el sobrero, gimió:
-¡Ah! ¿Quién puede pensar en comer? –y abandonó rápidamente la casa para dirigirse al lugar donde trabajaba.
El anuncio sobre la fachada de su establecimiento rezaba así:
A. COSSETT & Co.
DEPOSITARIO DE LA FIRMA BUICK
AUTORIZADO
DEPOSITARIO DE LA FIRMA BUICK
AUTORIZADO
Realizó llorando todo el camino.
* * * * * * * * * *
No es preciso que ustedes se preocupen demasiado por el bueno de Bill Cossett; había muchos como él en aquellos días. Pero, aun así y todo, resultaba triste, no cabe duda.
Cuando llegó a la tienda, continuaba teniendo ganas de llorar, pero ¿cómo iba a hacerlo delante de sus empleados? Un momento de debilidad suyo y toda la dependencia se le hubiera unido en los gimoteos.
Tal y como estaba la cosa, su encargado de ventas, Harry Bull, estaba al borde de echarse a llorar. Encendía un cigarrillo tras otro, hacía una leve aspiración distraída y colocaba limpiamente el cigarrillo recién encendido en el cenicero, junto a los anteriores, todavía humantes y consumiéndose por sí mismos. No sabía lo que hacía, claro. Sus ojos contemplaban fijamente el gran cenicero de vidrio grueso con la humeante batería de cigarrillos encendidos, de acuerdo; pero lo que sus ojos veían eran más bien las humeantes cavernas del infierno.
Alzó la mirada cuando entró su jefe.
-Jefe –estalló trágicamente-. ¡Han venido! ¡Los nuevos modelos! Esta mañana he telefoneado a Springfield lo menos una docena de veces ya, se lo aseguro. Pero siempre es la misma respuesta.
Cossett hizo una profunda inspiración. Este era uno de los momentos en que se prueba a los hombres. Adelantó orgulloso la barbilla, y respondió, con voz perfectamente clara y sin temblores:
-No habrá cancelación, entonces...
-Dicen que no les es posible –contestó Harry Bull, y contempló con ojos cadavéricos el establecimiento lleno de automóviles expuestos-. Dicen que las fábricas subterráneas están aumentando todas sus cuotas. Dieciséis coches más –musitó sombrío- y esto solamente Roadmasters, jefe. Porque no se lo he dicho todo. Mañana llegarán los Especiales, los Estte Wagons y... y...
-Señor Cossett –lloró, desconsolado-, los Estate Wagons de este mes... ¡Son cuarenta centímetros más largos! –las lágrimas parecieron impedirle continuar. ¡No lo puedo resistir! Ya tenemos mil ochocientos automóviles; mil ochocientos cuarenta y uno, para ser más exactos. Los sótanos están llenos. La tienda está llena. Los dos pisos superiores están llenos. ¡Todo está a rebosar! Hemos amontonado los que había en los patios, pero, con todo y con eso, tenemos que tnerlos aparcados en doble columna, en plena calle, en las dos direcciones, en una extensión de seis manzanas de casas. ¿Sabe, jefe, ni siquiera he podido llegar hasta aquí esta mañana? He tenido que aparcar entre las esquinas del Grand y la calle Sterling y andar todo el resto del camino. ¡No se podía pasar!
Por primera vez en la mañana cambió la expresión de Cossett:
-Grand y Sterling –repitió, pensativo-. ¿De veras? Probaré ese camino mañana –rió de pronto, con risa amarga-. Una cosa, Harry, por fortuna hemos estado manejando Buicks y no, como usted sabe, los modelos Grand-Precio-Tres. Ayer pasé por Motores Culex, y...
-¡Por Júpiter! –gritó de repente-, voy a ir a hablar con Manny Culex. ¿Por qué no? No es solo nuestro problema, Harry. Es el problema de todos. Y puede que haya llegado la hora de que todos los industriales nos pongamos de acuerdo, de una vez. Nunca lo hemos hecho; nadie ha querido ser el primero en intentarlo. ¡Bueno, seré yo quien lo haga! No tiene sentido permitir que las cuevas continúen lanzando coches y más coches, después de que Jack Tighe ha dicho a todo el condenado país, y de todas las formas posibles, que no es preciso comprarlos más. Washington hará algo. ¡Tendrá que hacerlo!
Pero durante todo el recorrido hasta alcanzar el establecimiento de Manny Culex, pasados los comercios rodeados por las barricadas de cajas de cartón repletas de mercancías no desembaladas todavía, por falta de espacio, y pasado el supermercado del cual apenas si se veían las ventanas, tal era el cúmulo de paquetes y cajas que le rodeaban, Cossett no llevó más que una idea en su mente como una obsesión:
Pero suponte que no hacen nada. Que no pueden hacer nada
Cuando llegó a la tienda, continuaba teniendo ganas de llorar, pero ¿cómo iba a hacerlo delante de sus empleados? Un momento de debilidad suyo y toda la dependencia se le hubiera unido en los gimoteos.
Tal y como estaba la cosa, su encargado de ventas, Harry Bull, estaba al borde de echarse a llorar. Encendía un cigarrillo tras otro, hacía una leve aspiración distraída y colocaba limpiamente el cigarrillo recién encendido en el cenicero, junto a los anteriores, todavía humantes y consumiéndose por sí mismos. No sabía lo que hacía, claro. Sus ojos contemplaban fijamente el gran cenicero de vidrio grueso con la humeante batería de cigarrillos encendidos, de acuerdo; pero lo que sus ojos veían eran más bien las humeantes cavernas del infierno.
Alzó la mirada cuando entró su jefe.
-Jefe –estalló trágicamente-. ¡Han venido! ¡Los nuevos modelos! Esta mañana he telefoneado a Springfield lo menos una docena de veces ya, se lo aseguro. Pero siempre es la misma respuesta.
Cossett hizo una profunda inspiración. Este era uno de los momentos en que se prueba a los hombres. Adelantó orgulloso la barbilla, y respondió, con voz perfectamente clara y sin temblores:
-No habrá cancelación, entonces...
-Dicen que no les es posible –contestó Harry Bull, y contempló con ojos cadavéricos el establecimiento lleno de automóviles expuestos-. Dicen que las fábricas subterráneas están aumentando todas sus cuotas. Dieciséis coches más –musitó sombrío- y esto solamente Roadmasters, jefe. Porque no se lo he dicho todo. Mañana llegarán los Especiales, los Estte Wagons y... y...
-Señor Cossett –lloró, desconsolado-, los Estate Wagons de este mes... ¡Son cuarenta centímetros más largos! –las lágrimas parecieron impedirle continuar. ¡No lo puedo resistir! Ya tenemos mil ochocientos automóviles; mil ochocientos cuarenta y uno, para ser más exactos. Los sótanos están llenos. La tienda está llena. Los dos pisos superiores están llenos. ¡Todo está a rebosar! Hemos amontonado los que había en los patios, pero, con todo y con eso, tenemos que tnerlos aparcados en doble columna, en plena calle, en las dos direcciones, en una extensión de seis manzanas de casas. ¿Sabe, jefe, ni siquiera he podido llegar hasta aquí esta mañana? He tenido que aparcar entre las esquinas del Grand y la calle Sterling y andar todo el resto del camino. ¡No se podía pasar!
Por primera vez en la mañana cambió la expresión de Cossett:
-Grand y Sterling –repitió, pensativo-. ¿De veras? Probaré ese camino mañana –rió de pronto, con risa amarga-. Una cosa, Harry, por fortuna hemos estado manejando Buicks y no, como usted sabe, los modelos Grand-Precio-Tres. Ayer pasé por Motores Culex, y...
-¡Por Júpiter! –gritó de repente-, voy a ir a hablar con Manny Culex. ¿Por qué no? No es solo nuestro problema, Harry. Es el problema de todos. Y puede que haya llegado la hora de que todos los industriales nos pongamos de acuerdo, de una vez. Nunca lo hemos hecho; nadie ha querido ser el primero en intentarlo. ¡Bueno, seré yo quien lo haga! No tiene sentido permitir que las cuevas continúen lanzando coches y más coches, después de que Jack Tighe ha dicho a todo el condenado país, y de todas las formas posibles, que no es preciso comprarlos más. Washington hará algo. ¡Tendrá que hacerlo!
Pero durante todo el recorrido hasta alcanzar el establecimiento de Manny Culex, pasados los comercios rodeados por las barricadas de cajas de cartón repletas de mercancías no desembaladas todavía, por falta de espacio, y pasado el supermercado del cual apenas si se veían las ventanas, tal era el cúmulo de paquetes y cajas que le rodeaban, Cossett no llevó más que una idea en su mente como una obsesión:
Pero suponte que no hacen nada. Que no pueden hacer nada
2 comentaris:
Querido amigo tuve una profesora que decía que no había nada nuevo escrito bajo el sol y leyendo estos parrafos veo que la situación que cuenta sigue las mismas pautas que ahora mismo estamos padeciendo.Es como si hubiera habido personas que dijeran lo que va a ocurrir y nadie les oye porque cuando el dinero entra de una manera fácil y los bolsillos están llenos,quien piensa que la situación se vuelva a repetir.Has estado ingenioso al plantear la situación de la crisis a través de este texto,te alabo el ingenio y la destreza a la hora de hacerlo.
Cuidate.
Esto es una realidad que se puede consumar...?????Quien sabe?
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