6
Ahora, que ese primer blanco no era nadie
Era solo una vaca lechera y, para decirlo todo, sedienta además. La verdad es que el animal nada tenía que hacer en el campo de béisbol, pero allí estaba, y toda vez que era en esa dirección por donde los invasores descendían sobre la ciudad, hizo el supremo sacrificio. Sin saber realmente lo que hacía, desde luego.
El coronel Commaigne gritó a su ayudante:
-Lefferts, ordene que pongan el seguro a los uno-cero-cinco, inmediatamente. No quiero que sucedan cosas como esta.
Había sido un espectáculo muy desagradable ver a la pobre vaca vieja convertida casi en salchichas, bien adobada con salsa catchup, tan rápidamente. Sería mejor encadenar los grandes cañones en tanto que se supiera fijamente si la ciudad se disponía o no a presentar combate.
El coronel Commaigne detuvo a los transportes y dispuso que los hombres abandonaran los vehículos. De todos modos, el área de terreno radiactivo quedaba ya a sus espaldas.
Los hombres adoptaron la formación de despliegue en guerrillas pronta y eficazmente. A las voces de mando de los oficiales comenzó el avance hacia el Recodo de Pung. Era una bella y dilatada hilera de hombres avanzando al unísono rápida e inconteniblemente. Desde lo alto de la Iglesia Presbiteriana de la ciudad, Jack Tighe y Andy Grammis contemplaban este avance incontenible a través de sus prismáticos, y puede asegurarse que Andy estaba muy cerca del histerismo. Sin embargo, Jack Tighe se limitaba a tararear tranquilamente, moviendo de cuando en cuando la cabeza, como asintiendo.
El coronel Commaigne dio una voz de mando y todos los hombres, simultáneamente, cayeron cuerpo a tierra. Algunos lo hicieron en terreno pantanoso, otros sobre barro; otros tuvieron que arrastrarse reptando hasta encontrar una roca que los protegiera, y hasta hubo unos pocos, los que tuvieron la desgracia de ir a caer en las cercanías de donde había hecho explosión la granada que puso fin a los días de la vaca, que fueron a caer sobre una delgada película de sangre vacuna. No importaba demasiado realmente, pues no les era necesario utilizar las pequeñas palas zapadoras de la Segunda Guerra Mundial; todos ellos estaban dotados de las excavadoras Powr-Packt, que hacían un pozo de tirador en fracciones de minuto y, lo que es más, bañaban las paredes del pozo de una sustancia similar a la escayola. Era algo magnífico.
Y sin embargo, por otra parte...
Bien, veamos. Era de este modo. Habían utilizado 26 vehículos para llegar hasta allí. Cada uno de ellos tenía su conductor, su ayudante de conductor, su conductor suplente y un mecánico. Cada vehículo tenía asignado así mismo su reparador de radar y electrónica y un ayudante de reparador de radar y electrónica. Un grupo de cuatro hombres eran los enlaces entre el vehículo y los hombres, como así mismo eran los encargados de las comunicaciones entre los oficiales y el Puesto de Mando.
Bien, necesitaban a todos esos hombres. No era posible pasarse sin ellos.
Pero esto significaba que, solamente los vehículos, distraían una fuerza estimada en doscientos ochenta y dos hombres.
Luego estaba la cocina de campaña, con su dotación de 47 hombres, más el destacamento administrativo y el equipo dietético; el destacamento del puesto de mando, con los miembros administrativos de la compañía y la policía militar; la sección meteorológica –era un espectáculo brillante cuando estos comenzaban a desplegar sus teletipos de campaña, los receptores faxales, y lanzaban los globos sondas barométricos-. Estaba luego el hospital de campaña, con su equipo de 81 médicos, enfermeras, sanitarios, camilleros, más nueve oficiales médicos y auxiliares administrativos sanitarios; los servicios especiales de destacamento, siempre dispuestos a montarla gran pantalla cinematográfica tridimensional para esparcimiento de la tropa libre de servicio, como así mismo eran ellos los encargados de organizar torneos deportivos y competiciones que estimulasen el espíritu competitivo del ejército; estaban también los cuatro capellanes y sus respectivos ayudantes encargados de la vida espiritual de la unidad, a los que había que agregar el Consejo Consultante de los Cuturistas Éticos, los agnósticos, los veletas, etc.; el Oficial de Historiografía y su equipo de ocho empleados-técnicos bien entrenados, ya en esos momentos recorriendo los pozos de tirador de uno en uno registrando las voces e impresiones de los combatientes, al objeto de hacer que la historia fuera realmente de primera mano, en forma de impresiones de la batalla que estaba aún por comenzar; observadores militares de Canadá, Méjico, Uruguay, la Confederación Escandinava y la República Socialista Soviética de La Mongolia Interior, con sus ordenanzas y ayudantes; y, desde luego, corresponsales de prensa de los más importantes rotativos y revistas: Barras y Estrellas, el Times de Nueva York, el Monitor de la Ciencia Cristiana, los periódicos de la cadena Scripps-Howard; cinco servicios de incendios; ocho equipos de televisión; una empresa particular de filmación de documentales y representantes de 127 periódicos y revistas nacionales y extranjeros más, en excelentes relaciones con nuestro Gobierno.
Era una unidad básica de combate, naturalmente. Por ello solo había un Oficial de Información Pública asignado a cada uno de los reporteros.
Todavía...
Bien, para abreviar, esto dejaba exactamente a cuarenta y seis fusileros en línea de combate.
Era solo una vaca lechera y, para decirlo todo, sedienta además. La verdad es que el animal nada tenía que hacer en el campo de béisbol, pero allí estaba, y toda vez que era en esa dirección por donde los invasores descendían sobre la ciudad, hizo el supremo sacrificio. Sin saber realmente lo que hacía, desde luego.
El coronel Commaigne gritó a su ayudante:
-Lefferts, ordene que pongan el seguro a los uno-cero-cinco, inmediatamente. No quiero que sucedan cosas como esta.
Había sido un espectáculo muy desagradable ver a la pobre vaca vieja convertida casi en salchichas, bien adobada con salsa catchup, tan rápidamente. Sería mejor encadenar los grandes cañones en tanto que se supiera fijamente si la ciudad se disponía o no a presentar combate.
El coronel Commaigne detuvo a los transportes y dispuso que los hombres abandonaran los vehículos. De todos modos, el área de terreno radiactivo quedaba ya a sus espaldas.
Los hombres adoptaron la formación de despliegue en guerrillas pronta y eficazmente. A las voces de mando de los oficiales comenzó el avance hacia el Recodo de Pung. Era una bella y dilatada hilera de hombres avanzando al unísono rápida e inconteniblemente. Desde lo alto de la Iglesia Presbiteriana de la ciudad, Jack Tighe y Andy Grammis contemplaban este avance incontenible a través de sus prismáticos, y puede asegurarse que Andy estaba muy cerca del histerismo. Sin embargo, Jack Tighe se limitaba a tararear tranquilamente, moviendo de cuando en cuando la cabeza, como asintiendo.
El coronel Commaigne dio una voz de mando y todos los hombres, simultáneamente, cayeron cuerpo a tierra. Algunos lo hicieron en terreno pantanoso, otros sobre barro; otros tuvieron que arrastrarse reptando hasta encontrar una roca que los protegiera, y hasta hubo unos pocos, los que tuvieron la desgracia de ir a caer en las cercanías de donde había hecho explosión la granada que puso fin a los días de la vaca, que fueron a caer sobre una delgada película de sangre vacuna. No importaba demasiado realmente, pues no les era necesario utilizar las pequeñas palas zapadoras de la Segunda Guerra Mundial; todos ellos estaban dotados de las excavadoras Powr-Packt, que hacían un pozo de tirador en fracciones de minuto y, lo que es más, bañaban las paredes del pozo de una sustancia similar a la escayola. Era algo magnífico.
Y sin embargo, por otra parte...
Bien, veamos. Era de este modo. Habían utilizado 26 vehículos para llegar hasta allí. Cada uno de ellos tenía su conductor, su ayudante de conductor, su conductor suplente y un mecánico. Cada vehículo tenía asignado así mismo su reparador de radar y electrónica y un ayudante de reparador de radar y electrónica. Un grupo de cuatro hombres eran los enlaces entre el vehículo y los hombres, como así mismo eran los encargados de las comunicaciones entre los oficiales y el Puesto de Mando.
Bien, necesitaban a todos esos hombres. No era posible pasarse sin ellos.
Pero esto significaba que, solamente los vehículos, distraían una fuerza estimada en doscientos ochenta y dos hombres.
Luego estaba la cocina de campaña, con su dotación de 47 hombres, más el destacamento administrativo y el equipo dietético; el destacamento del puesto de mando, con los miembros administrativos de la compañía y la policía militar; la sección meteorológica –era un espectáculo brillante cuando estos comenzaban a desplegar sus teletipos de campaña, los receptores faxales, y lanzaban los globos sondas barométricos-. Estaba luego el hospital de campaña, con su equipo de 81 médicos, enfermeras, sanitarios, camilleros, más nueve oficiales médicos y auxiliares administrativos sanitarios; los servicios especiales de destacamento, siempre dispuestos a montarla gran pantalla cinematográfica tridimensional para esparcimiento de la tropa libre de servicio, como así mismo eran ellos los encargados de organizar torneos deportivos y competiciones que estimulasen el espíritu competitivo del ejército; estaban también los cuatro capellanes y sus respectivos ayudantes encargados de la vida espiritual de la unidad, a los que había que agregar el Consejo Consultante de los Cuturistas Éticos, los agnósticos, los veletas, etc.; el Oficial de Historiografía y su equipo de ocho empleados-técnicos bien entrenados, ya en esos momentos recorriendo los pozos de tirador de uno en uno registrando las voces e impresiones de los combatientes, al objeto de hacer que la historia fuera realmente de primera mano, en forma de impresiones de la batalla que estaba aún por comenzar; observadores militares de Canadá, Méjico, Uruguay, la Confederación Escandinava y la República Socialista Soviética de La Mongolia Interior, con sus ordenanzas y ayudantes; y, desde luego, corresponsales de prensa de los más importantes rotativos y revistas: Barras y Estrellas, el Times de Nueva York, el Monitor de la Ciencia Cristiana, los periódicos de la cadena Scripps-Howard; cinco servicios de incendios; ocho equipos de televisión; una empresa particular de filmación de documentales y representantes de 127 periódicos y revistas nacionales y extranjeros más, en excelentes relaciones con nuestro Gobierno.
Era una unidad básica de combate, naturalmente. Por ello solo había un Oficial de Información Pública asignado a cada uno de los reporteros.
Todavía...
Bien, para abreviar, esto dejaba exactamente a cuarenta y seis fusileros en línea de combate.
* * * * * * * * * *
En lo alto del campanario de la iglesia presbiteriana, Andy Grammis se lamentaba:
-¡Pero, míralos, Jack! No sé, pero puede ser que si permitiéramos que la publicidad volviera al Recodo de Pung no estaría tan mal, a fin de cuentas. De acuerdo, es una carrera de ratas, pero...
-¡Espera! –respondió, tranquilo, Jack Tighe, y volvió a tararear.
No le resultaba posible verlo con toda claridad, pero entre los componentes de la línea de tiradores existía cierta confusión. Se había corrido la voz de que toda la artillería se había puesto a seguro y que todo el potencial de fuego de la compañía descansaba en sus cuarenta y seis fusiles.
Pasó algo así:
-Sam –llamó uno de los soldados al que se encontraba en la trinchera inmediata-. Escucha, Sam, ¿sabes para qué sirve esta parte del fusil? ¿Sabes si cuando esto que es verde se enciende significa que el arma está en el seguro?
-A mí que me registren; pero miraré el manual –respondió el interrogado. Y rápidamente comenzó a ojear el manual, en colores y con cubierta a todo color, cuyo título era Cinco Pasos Mágicos Para el Manejo Del Nuevo Equipo de Combate; Seguridad y Comodidad. ¿No has visto lo que dice aquí? –le preguntó al otro. Dice: El Ojo Mágico en Posición de Descanso se Suministra con el Fin de Asegurar la acción positiva, impidiendo así que los cartuchos Sempseguro de extracción y carga dinámica puedan ser utilizados en combinación con los Almohadillados-Anti-Retroceso.
-¿Qué es lo que dices, Sam?
-Digo que esto no hay cristiano que lo entienda –respondió el llamado Sam, lanzando el manual a la tierra de nadie, situada frente a su parapeto.
Pero se arrepintió rápidamente y acto seguido salió de su pozo de tirador para ir a buscarlo, arrastrándose sobre el terreno, cuerpo a tierra. A pesar de que las instrucciones no resultaban demasiado claras ni parecían guardar relación alguna con el barro y las rocas alrededor del Recodo de Pung, todas y cada una de las minuciosas instrucciones del manual estaban ilustradas por fotografías estilizadas de artistas de la televisión y el cinematógrafo, en bikini, pues las fábricas subterráneas fabricaban tanto los manuales de instrucción como las armas mismas; evidentemente, cuanto más complicadas eran las instrucciones, mayor número de ilustraciones utilizaban y más estimulantes para el combatiente. Las instrucciones relativas a los vehículos eran realmente sorprendentes.
En el campo adversario, unos minutos después, Andy Grammis se aventuró a afirmar:
-No parecen dispuestos a hacer nada –mientras miraba por los prismáticos.
-No. Eso parece, Andy. Bien, no podemos permanecer aquí toda la vida. Vayamos a ver qué es lo que ocurre.
No es que Andy Grammis tuviera el menor deseo de hacerlo, pero Jack Tighe era un hombre de tal personalidad que era imposible resistírsele. Así, pues, descendieron la escalera de caracol de acero y, recogiendo al resto de Voluntarios de la Independencia del Recodo de Pung, hasta un total de catorce hombres, descendieron por la calle Principal en dirección al campo de juego en forma de diamante.
Veintiséis pantallas de otros vehículos dieron la alarma, poniéndose rosa, en tanto que las torres con los 105-mm giraban hasta centrarse, a cero casi, sobre los Voluntarios de la Independencia.
Cuarenta y seis fusileros, sudorosos y lanzando juramentos, se esforzaban lo imposible por hacer que la línea Akur.A-C de la Franja Horizontal Gris coincidiera con la Vertical Azul de Tres Bandas en los radares de sus respectivos fusiles.
Y el coronel Commaigne, aullando como un poseso, agitaba un papel delante de las narices de su ayudante:
-¿Qué clase de insensatez es esta? –preguntó-. Porque un soldado es un soldado a pesar de su rango. ¡No me es posible retirar a esos hombres de la línea de fuego justamente en estos momentos, cuando el enemigo avanza hacia nosotros!
-¡Son órdenes de la superioridad, señor! –respondió, impenetrable, el ayudante. Había conseguido su doctorado en Jurisprudencia Militar en la Universidad de Harvard y sabía lo que esas órdenes significaban y a quién estaban dirigidas-. El plan de rotación no es cosa mía, señor. ¿Por qué no pedir comunicación urgente con el Pentágono?
-¡Pero, Lefferts, idiota! No me es posible establecer contacto ahora con el Pentágono. Alguno de esos periodistas tiene acaparadas las líneas... ¡Y se me pide que retire hasta el último fusilero de la línea de fuego y les retire a un campamento de recuperación y descanso durante tres semanas...!
-No, señor –le corrigió el ayudante, señalando una línea determinada del escrito-. Únicamente por veinte días, señor, incluidos días de viaje. Pero mejor será que se decida a poner en práctica la orden, señor, cuanto antes. La orden, como ve, indica prioridad.
Bien, el coronel Commaigne no era un loco. No importaba lo que dijeran después. Había estudiado la catástrofe de Von Paulus en Stalingrado y la huída a la desesperada de Lee en Gettysburg, y sabía lo que podría pasarle a una fuerza expedicionaria perdida dentro del territorio enemigo. Hasta si esta estaba compuesta de un gran grupo de ejércitos. Y la suya, como se recordará, era más bien pequeña.
Sabía que cuando uno se encuentra aislado detrás de las líneas enemigas, todo y todos se vuelven contra uno; el frío y la diarrea destruyeron a más miembros del Sexto Ejército Nazi que los mismos rusos; los traqueteantes carromatos de Lee, en su retirada, pusieron fuera de combate a más hombres que el cañón de Meade. Así, pues, hizo lo que tenía que hacer.
-¡Toquen retirada! –gritó-. Regresemos.
Retirada y reagruparse: ¿por qué no? Pero no resultó tan fácil como todo eso.
Los transportes de personal dieron la vuelta y maniobraron como una flota muy bien entrenada. Para esto habían sido adiestrados los conductores. Pero uno de los vehículos se enganchó en los tensores de la pantalla tridimensional de los Servicios Especiales y fue a chocar contra otro; una flotilla de tres se vio envuelta en las instalaciones prefabricadas del hospital de campaña. Otros cinco, que estaban siendo utilizados para suministrar energía a los generadores eléctricos, desde sus ejes posteriores, se vieron inmovilizados durante quince minutos y quedaron bloqueados los unos con los otros.
A la hora de la verdad solo cuatro de los veintiséis se encontraban en condiciones de ponerse en movimiento con rapidez. Y, evidentemente, esto no bastaba, por lo que aquello no fue una retirada, en modo alguno; fue un desastre.
-Solamente queda por hacer una cosa –bramó el coronel Commaigne en medio del tumulto, con el rostro bañado en lágrimas varoniles de desesperación y pesar-. ¡Ah, pero cuanto desearía no haber sentido nunca la ambición de ascender a general!
-¡Pero, míralos, Jack! No sé, pero puede ser que si permitiéramos que la publicidad volviera al Recodo de Pung no estaría tan mal, a fin de cuentas. De acuerdo, es una carrera de ratas, pero...
-¡Espera! –respondió, tranquilo, Jack Tighe, y volvió a tararear.
No le resultaba posible verlo con toda claridad, pero entre los componentes de la línea de tiradores existía cierta confusión. Se había corrido la voz de que toda la artillería se había puesto a seguro y que todo el potencial de fuego de la compañía descansaba en sus cuarenta y seis fusiles.
Pasó algo así:
-Sam –llamó uno de los soldados al que se encontraba en la trinchera inmediata-. Escucha, Sam, ¿sabes para qué sirve esta parte del fusil? ¿Sabes si cuando esto que es verde se enciende significa que el arma está en el seguro?
-A mí que me registren; pero miraré el manual –respondió el interrogado. Y rápidamente comenzó a ojear el manual, en colores y con cubierta a todo color, cuyo título era Cinco Pasos Mágicos Para el Manejo Del Nuevo Equipo de Combate; Seguridad y Comodidad. ¿No has visto lo que dice aquí? –le preguntó al otro. Dice: El Ojo Mágico en Posición de Descanso se Suministra con el Fin de Asegurar la acción positiva, impidiendo así que los cartuchos Sempseguro de extracción y carga dinámica puedan ser utilizados en combinación con los Almohadillados-Anti-Retroceso.
-¿Qué es lo que dices, Sam?
-Digo que esto no hay cristiano que lo entienda –respondió el llamado Sam, lanzando el manual a la tierra de nadie, situada frente a su parapeto.
Pero se arrepintió rápidamente y acto seguido salió de su pozo de tirador para ir a buscarlo, arrastrándose sobre el terreno, cuerpo a tierra. A pesar de que las instrucciones no resultaban demasiado claras ni parecían guardar relación alguna con el barro y las rocas alrededor del Recodo de Pung, todas y cada una de las minuciosas instrucciones del manual estaban ilustradas por fotografías estilizadas de artistas de la televisión y el cinematógrafo, en bikini, pues las fábricas subterráneas fabricaban tanto los manuales de instrucción como las armas mismas; evidentemente, cuanto más complicadas eran las instrucciones, mayor número de ilustraciones utilizaban y más estimulantes para el combatiente. Las instrucciones relativas a los vehículos eran realmente sorprendentes.
En el campo adversario, unos minutos después, Andy Grammis se aventuró a afirmar:
-No parecen dispuestos a hacer nada –mientras miraba por los prismáticos.
-No. Eso parece, Andy. Bien, no podemos permanecer aquí toda la vida. Vayamos a ver qué es lo que ocurre.
No es que Andy Grammis tuviera el menor deseo de hacerlo, pero Jack Tighe era un hombre de tal personalidad que era imposible resistírsele. Así, pues, descendieron la escalera de caracol de acero y, recogiendo al resto de Voluntarios de la Independencia del Recodo de Pung, hasta un total de catorce hombres, descendieron por la calle Principal en dirección al campo de juego en forma de diamante.
Veintiséis pantallas de otros vehículos dieron la alarma, poniéndose rosa, en tanto que las torres con los 105-mm giraban hasta centrarse, a cero casi, sobre los Voluntarios de la Independencia.
Cuarenta y seis fusileros, sudorosos y lanzando juramentos, se esforzaban lo imposible por hacer que la línea Akur.A-C de la Franja Horizontal Gris coincidiera con la Vertical Azul de Tres Bandas en los radares de sus respectivos fusiles.
Y el coronel Commaigne, aullando como un poseso, agitaba un papel delante de las narices de su ayudante:
-¿Qué clase de insensatez es esta? –preguntó-. Porque un soldado es un soldado a pesar de su rango. ¡No me es posible retirar a esos hombres de la línea de fuego justamente en estos momentos, cuando el enemigo avanza hacia nosotros!
-¡Son órdenes de la superioridad, señor! –respondió, impenetrable, el ayudante. Había conseguido su doctorado en Jurisprudencia Militar en la Universidad de Harvard y sabía lo que esas órdenes significaban y a quién estaban dirigidas-. El plan de rotación no es cosa mía, señor. ¿Por qué no pedir comunicación urgente con el Pentágono?
-¡Pero, Lefferts, idiota! No me es posible establecer contacto ahora con el Pentágono. Alguno de esos periodistas tiene acaparadas las líneas... ¡Y se me pide que retire hasta el último fusilero de la línea de fuego y les retire a un campamento de recuperación y descanso durante tres semanas...!
-No, señor –le corrigió el ayudante, señalando una línea determinada del escrito-. Únicamente por veinte días, señor, incluidos días de viaje. Pero mejor será que se decida a poner en práctica la orden, señor, cuanto antes. La orden, como ve, indica prioridad.
Bien, el coronel Commaigne no era un loco. No importaba lo que dijeran después. Había estudiado la catástrofe de Von Paulus en Stalingrado y la huída a la desesperada de Lee en Gettysburg, y sabía lo que podría pasarle a una fuerza expedicionaria perdida dentro del territorio enemigo. Hasta si esta estaba compuesta de un gran grupo de ejércitos. Y la suya, como se recordará, era más bien pequeña.
Sabía que cuando uno se encuentra aislado detrás de las líneas enemigas, todo y todos se vuelven contra uno; el frío y la diarrea destruyeron a más miembros del Sexto Ejército Nazi que los mismos rusos; los traqueteantes carromatos de Lee, en su retirada, pusieron fuera de combate a más hombres que el cañón de Meade. Así, pues, hizo lo que tenía que hacer.
-¡Toquen retirada! –gritó-. Regresemos.
Retirada y reagruparse: ¿por qué no? Pero no resultó tan fácil como todo eso.
Los transportes de personal dieron la vuelta y maniobraron como una flota muy bien entrenada. Para esto habían sido adiestrados los conductores. Pero uno de los vehículos se enganchó en los tensores de la pantalla tridimensional de los Servicios Especiales y fue a chocar contra otro; una flotilla de tres se vio envuelta en las instalaciones prefabricadas del hospital de campaña. Otros cinco, que estaban siendo utilizados para suministrar energía a los generadores eléctricos, desde sus ejes posteriores, se vieron inmovilizados durante quince minutos y quedaron bloqueados los unos con los otros.
A la hora de la verdad solo cuatro de los veintiséis se encontraban en condiciones de ponerse en movimiento con rapidez. Y, evidentemente, esto no bastaba, por lo que aquello no fue una retirada, en modo alguno; fue un desastre.
-Solamente queda por hacer una cosa –bramó el coronel Commaigne en medio del tumulto, con el rostro bañado en lágrimas varoniles de desesperación y pesar-. ¡Ah, pero cuanto desearía no haber sentido nunca la ambición de ascender a general!
* * * * * * * * * *
Así es como Jack Tighe recibió la rendición del coronel Commaigne. Jack Tighe no actuó sorprendentemente. No puede decirse lo mismo de los Voluntarios de la Independencia.
-No, coronel, puede usted conservar su espada –dijo amablemente al coronel Commaigne-. Y todos sus oficiales que conserven, así mismo, las armas personales Nivelizadoras-Sin-Retroceso, que llevan en sus costados.
-Gracias, señor –lloró el digno coronel, agradecido por la deferencia de su enemigo, y se dirigió, andando a tropezones, hasta las instalaciones del club de oficiales del Estado Mayor del destacamento, en el que continuaban trabajando sin detenerse...
Jack Tighe le vio salir con una expresión peculiar y aire pensativo.
William LaFarge, blandiendo una estaca de nogal de regulares proporciones –había sido todo lo que había podido encontrar como arma-, balbució:
-¡Es una gran victoria! Apuesto a que ahora nos dejarán en paz!
Jack Tighe no dijo ni una sola palabra.
-¿No lo crees así tú, Jack? ¿No nos dejarán tranquilos ahora?
Jack Tighe le miró con fijeza, pareciendo por un momento que iba a responder a sus preguntas, pero se volvió hacia Charley Frink.
-Charley, escucha, ¿no tienes tú por alguna parte una escopeta de caza?
-Si, señor Tighe. Y una carabina del veintidós. ¿Quiere que las traiga?
-Sí, desde luego. Creo que sí –Jack Tighe se quedó mirando cómo el chico corría a buscar las armas. Sus ojos estaban empañados. Volviéndose a los otros, añadió: -andy, haz algo por nosotros, ¿quieres? Di al coronel que nos preste un vehículo y un conductor que conozca bien el camino hasta el Pentágono.
Y unos pocos minutos después, Charley regresó con la escopeta de caza y la carabina del 22; y el resto, naturalmente, es historia.
-No, coronel, puede usted conservar su espada –dijo amablemente al coronel Commaigne-. Y todos sus oficiales que conserven, así mismo, las armas personales Nivelizadoras-Sin-Retroceso, que llevan en sus costados.
-Gracias, señor –lloró el digno coronel, agradecido por la deferencia de su enemigo, y se dirigió, andando a tropezones, hasta las instalaciones del club de oficiales del Estado Mayor del destacamento, en el que continuaban trabajando sin detenerse...
Jack Tighe le vio salir con una expresión peculiar y aire pensativo.
William LaFarge, blandiendo una estaca de nogal de regulares proporciones –había sido todo lo que había podido encontrar como arma-, balbució:
-¡Es una gran victoria! Apuesto a que ahora nos dejarán en paz!
Jack Tighe no dijo ni una sola palabra.
-¿No lo crees así tú, Jack? ¿No nos dejarán tranquilos ahora?
Jack Tighe le miró con fijeza, pareciendo por un momento que iba a responder a sus preguntas, pero se volvió hacia Charley Frink.
-Charley, escucha, ¿no tienes tú por alguna parte una escopeta de caza?
-Si, señor Tighe. Y una carabina del veintidós. ¿Quiere que las traiga?
-Sí, desde luego. Creo que sí –Jack Tighe se quedó mirando cómo el chico corría a buscar las armas. Sus ojos estaban empañados. Volviéndose a los otros, añadió: -andy, haz algo por nosotros, ¿quieres? Di al coronel que nos preste un vehículo y un conductor que conozca bien el camino hasta el Pentágono.
Y unos pocos minutos después, Charley regresó con la escopeta de caza y la carabina del 22; y el resto, naturalmente, es historia.
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FI DEL CONTE.
DEMÀ COMENÇARÉ A POSTEJAR LA CONTINUACIÓ: "EL MANTENIMIENTO DE LA PAZ"
2 comentaris:
Pero había más informadores que ejercito???????jajjajaj.
BESITOS
Y comandados por Jack Tighe, con una escopeta de caza y una carabina del 22 (ni siquiera una 30-30) los Voluntarios de la Independencia del Recodo de Pung, se hicieron con el poder en EEUU.
En el siguiente cuento, veremos su titánica lucha contra las fábricas automáticas.
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