El proper dimarts, primer de juliol, l'editorial La Campana treu un nou llibre d'Albert Sánchez Piñol, l'autor de Pandora al Congo, o La Pell freda.
Aquest llibre es titula "Tretze tristos tràngols" i és una recopilació de contes.
Com a primícia deixe aquí un dels contes, Ja no puc més, i una traducció pels amics que no s'atreveixin a llegir-lo en el seu idioma original.
YA NO PUEDO MÁS
Albert Sánchez Piñol
"De manera que el final es esto; llega cuando menos te lo esperas y de golpe, y ya se ha acabado", piensa el esquimal cuándo topa con el oso. No tiene nada que hacer contra aquella montaña de carne peluda. Los hombres son muy pequeños y los osos polares muy grandes. Lleva media jornada que ronda buscando focas, está cansado, los brazos le pesan y hoy el cazado será él.
La proximidad de la muerte hace que rememore su vida. Los episodios trascendentes le pasan por delante de los ojos en un lapso ínfimo, encadenados como nudos en una cuerda.
Era feliz hasta que su hermano se casó. En aquellas latitudes vacías no había bastantes mujeres y él se quedó soltero. La llegada de la cuñada convirtió su existencia en un infierno. El marido lo amaba, los hijos lo amaban, los suegros lo amaban. Y no es que ella no amara al esquimal, o que el esquimal no la amara a ella, pero tras aquel matrimonio pasó de ser el primogénito a ser un estorbo. Los amores paternales y fraternales se desviaron y lo condenaron al rincón de los destronados tolerados. Había salido de casa después de la vigésima disputa con el hermano. Prefería desahogarse contra las focas que contra su hermano. En un mundo tan pequeño sólo puedes odiar a quién amas.
El oso hace que todo parezca efímero. Morirá y eso será todo. Pero la rabia que acumula no se ha evaporado y se proyecta contra la amenaza inmediata: «Moriré luchando en lugar de huyendo», se dice el esquimal. Nadie tendrá noticias de su valiente muerte. Él, al menos, sabrá que ha acabado sus días con un acto de coraje. En lugar de huir ataca al oso con una carga suicida, los brazos abiertos y gritando.
Una situación desesperada puede crear otras insólitas. ¡Quien da la vuelta es el oso! El esquimal es el primer esquimal que descubre un aspecto oculto de la mentalidad de los osos polares: están tan acostumbrados a ser ellos los perseguidores, a ser el terror de la vida, que cuando alguien los ataca se aturrullan y, por si acaso, huyen.
Durante un buen rato el esquimal persigue al animal, bramando y feliz. Ha transitado de la agonía a la euforia en unos instantes. Nunca había tenido una perspectiva tan clara y obscena de las nalgas de un oso. Sí, es divertido.
Incluso experimenta. Puede dirigir la ruta del oso: si avanza en una trayectoria que se inclina ligeramente a la derecha respecto del eje de la cola, el oso gira unos grados a la izquierda; y al revés, igual que la proa de una barca segundos si el remo la impulsa por una parte o por la otra.
Luego, se cansa. La mezcla de alegría y fatiga se transforma en una especie de borrachera. Ha sido un día extraordinario y agotador. Suda tanto que la capa de aire que queda entre la ropa y la piel parece una burbuja líquida. La mejor estrategia sería buscar una curva donde perder de vista al oso, dar la vuelta y huir antes de que la bestia se dé cuenta de que ha sido víctima de un engaño.
Pero cuando encuentra un lugar adecuado aparece una anciana. ¿Qué hace, allí? Vete a saber. Como la mujer está tan cerca, el oso no puede evitar desviarse contra una presa tan tentadora. Aunque le fallen las fuerzas el esquimal no quiere cargar sobre su conciencia la muerte de una vieja venerable:
-Corra! -grita acelerando el paso. Yo lo distraeré. ¡Corra, buena mujer!
No, ya no es en absoluto divertido. La mujer se aleja con la lentitud propia de su edad. El esquimal espolea y ahuyenta al oso, que gruñe y rezonga, obligado a seguir adelante por culpa de aquella amenaza difusa. «Un poco más», se dice el esquimal, "un poco más."
Un viejo truco esquimal para afrontar un problema consiste a sustituirlo por otro superior. El esquimal decide no pensar en el oso ni en su cuerpo exhausto. Piensa en lo que le espera cuando vuelva a casa. Las discusiones con el hermano, los reproches de los padres, los silencios que le recriminan que no tenga mujer, los sobrinos para quienes sólo es el tío, figura devaluada del padre. Ella, tan bonita, tan próxima y tan lejana. Piensa, y continúa fustigando al monstruo. Cuando el corazón le quiere estallar llega a parajes conocidos, siempre con el oso delante como si fuera una nariz.
De súbito, el paisaje se llena de bolitas grises. Niños. Jugando jugando se han alejado de casa. Al esquimal le saltan las lágrimas. Los fémures le parecen barras de hierro, las rodillas le crujen como nieve pisada. ¿Y ahora? ¿Permitirá que un oso mate a una criatura? Las caperuzas que llevan lo enternecen.
-Escapaos! ¡Rápido!
De los pulmones le sale un estertor que el oso replica, frustrado, pero sin dejar de correr delante de él. Parece mentira que los niños puedan ser tan pequeños. Y tan lentos. Las figuritas buscan el equilibrio con los brazos abiertos, alzando las rodillas para que los pies escapen de la nieve. Si quiere asegurarse de que quedan fuera del alcance del oso tendrá que conducirlo un rato más.
El esquimal da unos gritos como gemidos. El oso puede detenerse en cualquier momento, preguntándose por qué corre, y lo devorará sin que pueda ofrecer ninguna resistencia. Está en manos de un instinto estúpido. Y todavía no se ha acabado.
Una mujer. Busca a sus hijos sin saber que corren, más allá. Atónita, topa con un oso perseguido por un hombre. "Mira que es bonita", piensa el esquimal, es la cosa más diferente a la nieve que haya contemplado nunca. Aquella visión de belleza le concede una chispa de fuerza, alza las manos y vacía los pulmones:
-Huye de aquí!
Ya no puede ni hablar. Con un dedo señala la dirección que han tomado los niños. Ahora corre con la espalda doblada y tambaleante. Si no pierde el equilibrio es porque utiliza los brazos cual un pájaro las alas. Y por fin llega al lago helado.
En el centro hay una grieta en forma de uña. Un hombre pesca. Está de espaldas al oso y al esquimal. Los ruidos hacen que se gire. El hombre ve el oso que lo asalta como un alud de colmillos. El hombre ve el esquimal que persigue el oso, se miran a la cara los dos. El esquimal da dos pasos y cae de rodillas:
-Hermano! -clama y deplora. Ya no puedo más.
Del libro Tretze Tristos Tràngols de Albert Sánchez Piñol (La Campana, 2008).
El despertar del Leviatán
Fa 3 anys
2 comentaris:
Fant�stica historia..me ha encantado..
Hola a todos, alguien me puede ayudar a saber el Marco narrativo (Tiempo i espacio) en el cuento :ja no puc més. Y muchas gracias a todos, un saludo
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